Ser
En ocasiones me pierdo. No sé cómo funciona este mundo. No del todo.
En ocasiones me pierdo. No sé cómo funciona este mundo. No del todo.
Leyendo sobre la Teoría del Estado me quedo con la siguiente cita : “De los funcionarios que acceden al Gobierno en virtud de las elecciones no podemos hacernos responsables de sus actos. Ningún ciudadano que se sienta perjudicado en su persona o en sus propiedades por decisiones del Congreso puede acercarse a los electores concretos y exigirles responsabilidades por los actos de sus representantes”
Tengo un amigo con el que, en nuestras conversaciones sobre lo humano y lo divino, pretendemos arreglar el mundo.
Vivimos en un tiempo en que las escuelas y las universidades se proyectan cada vez más hacia el mercado, hacia el culto a la velocidad, y dispuestas a sacrificar los saberes humanísticos que no producen dinero.
A mis soledades voy, de mis soledades vengo y por el camino me entretengo, (esto último no lo escribió Lope de Vega, lo del entretenimiento es cosa mía, verídica, por cierto).
Un solo fotograma, un relámpago, un flash en el más recóndito rincón de la memoria, tal vez un imperceptible Big Bang del que surge el ser.
Hace veintiséis mil años, en la actual localidad de Dolni-Vestonice, en la actual República Checa, tuvo lugar un funeral que los arqueólogos nos revelaron hace poco más de un siglo, en 1924.
Llega el verano con su aliento de fuego. Son días estos en los que una no tiene ganas de nada; en los que hasta el aire parece materializarse y el cuerpo se hace pesado.
Sutil. Así se siente el alma cuando abandona el cuerpo.
La Sociedad Amigos de la Cultura de Vélez-Málaga ha nombrado 'Socio de Honor' a la 'Asociación Amigos de Joaquín Lobato'.
Se dice que la tontura es la calidad de tonto, y es tan abundante entre los humanos que pervive en la actualidad. Pero ante esa frase cabe mejor indicar que hay en la lengua española más de treinta voces y locuciones referidas a la tontura, sin que nadie se salve de su poderoso dominio.
En 1973 llegó Martín Galán a Vélez-Málaga. Y lo hacía para vivir aquí, para quedarse. Y vivir, para Martín, era crear, pensar, escribir... Y quedarse era participar, colaborar, construir... Y no venía solo. Le acompañaba su musa Carmen, a la que tanto verso dedicó, con la que tanto amor compartió.
Hija, déjame contarte una historia, real como la vida misma, y como la misma vida, cíclica, periódica y tristemente cotidiana.
¿Qué importancia le damos a los silencios? No hace mucho leí las palabras de un afamado psicólogo que hablaba «de saber vivir callado en una sociedad donde a veces el silencio se torna una amenaza, siendo como es, un bien casi inexistente en nuestra realidad más cotidiana».
Llamas serenas en el hogar templando la quietud de una tarde de enero. Lanzas incandescentes en pos de las alturas, inútilmente, al son de un adagio de Rachmaninoff, concedido a un oyente en la radio, que cuenta cómo esta música la sintió como un portal que se le abría a una nueva dimensión; y que entonces provocó el empañamiento de sus ojos.
Me resulta de lo más placentero llegar a casa y sentarme en la cocina totalmente en silencio después de haber estado callejeando por el barrio tragándome ese soniquete producido por los motopicos (se cierran y abren zanjas como en un cuento de nunca acabar); el tráfico y sus consiguientes perfidias acústicas, y ese zumbido de abejorro, lejano pero presente, que proporciona la ciudad. Vamos, que en mi cocina estoy en el paraíso. A mí con el ruido me pasa como con el viento; me desquicia bastante.
Llevo años estudiando y practicando artes marciales. Las llevo muy dentro. Desde muy joven me atrajeron todas esas disciplinas donde dos chicos de ojos rasgados se miraban con desconfianza y danzaban por escenarios inverosímiles con coreografías aún más inverosímiles, sin dejar atrás que las voces eran espectaculares.