Me siento a escribir y miro desde la terraza este pequeño bosque del que me enorgullezco. Lo miro y admiro dejándome arrullar por el vaivén de sus ramas y el gorjeo de sus pájaros. Escucho a los mirlos y tórtolas, a los verderones y herrerillos, y me pregunto a dónde irán a beber, ahora que los aspersores se han quedado mudos y la rueda del agua no canta.
Pablo Milanés canta “el tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos”, y en seguida se me viene a la cabeza Violeta Parra, con su “volver a los diecisiete”.
Imagínense un pueblo a orillas del Mediterráneo. Un pueblo que guarda vestigios de civilizaciones remotas. Un pueblo que cuida como un tesoro la impronta arquitectónica, civil y religiosa, que ha ido albergando a lo largo de su historia.
Es la primavera, la esperanzadora, la que llega a nuestros sentidos casi de puntillas. Todavía el cuerpo no se ha despedido del invierno y una tarde cualquiera notamos que el aire ha cambiado, que trae el crepúsculo un aroma especial, que la brisa se endulza y entibia. Es la primavera, nos decimos sonriendo.
Elena Poniatowska, una de las más importantes escritoras mexicanas, Premio Cervantes 2013, pasaba un buen día junto a unos lavaderos públicos cuando escuchó hablar a Josefina Bohorquez.
Gira la Tierra sobre sí misma, derviche incansable, ofreciendo su danza permanente al Sol, al que se acerca y del que se aleja, en este espectáculo elíptico sin fin, al menos para nosotros, que somos de naturaleza infinitamente más precaria.
Hace meses que no veo a Fernando por el barrio. Es curioso cómo se echa de menos a ciertas personas.
Las palabras no son inocentes. Hablamos, nos hablan, y vamos lanzando y recogiendo esos sonidos que nuestro cerebro descifra y almacena con más rigor del que muchas veces quisiéramos.
Amor y amistad son palabras que usamos casi a diario y en las que pensamos muchísimo más, aunque los conceptos que encierran no sean iguales para todos.
En estas fechas en las que parte del mundo celebra el nacimiento de un niño, no estaría de más reivindicar el lugar que lo mágico tiene en el corazón de la humanidad. Hay adultos que nunca han dejado de escuchar la música de la fantasía, esa partitura que ondea en sus balcones y que les hace recrear sus sueños y escribirlos.
En el acto homenaje que el Ateneo de Madrid tributó a Almudena Grandes el pasado 28 de noviembre, Luis García Montero hizo referencia a la especial ilusión que sentía de poder viajar desde la estación Málaga-María Zambrano, a Madrid Puerta de Atocha-Almudena Grandes.
Esta aparente paradoja sobrevuela Ensayo sobre la ceguera, novela con la que conocí a José Saramago y que me impactó, tanto por la crudeza de lo narrado como por la maestría con la que el autor dejaba ver lo mejor y lo peor de la condición humana: el egoísmo y la maldad, pero también el amor, la solidaridad y la responsabilidad.
Este es el título de una de las novelas de Almudena Grandes. Pero también fue un acto, casi instintivo, para la chiquillería de mi generación.
Tenemos una cita en Granada. Hablo en plural porque seguro que muchos acudiréis. Granada siempre es un buen pretexto para hacer un paréntesis en lo cotidiano. En La Huerta de San Vicente y hasta el 15 de enero nos espera Joaquín Lobato con su admirado y querido García Lorca.
Para pasar de una sala a otra has de hacerlo a través del patio interior, por un improvisado y estrecho pasillo de cañas y matorral.
Hay pueblos pequeños, pueblos blancos, dorados por la luz oblicua de sus moscateles.
El Festival de Teatro Clásico de Mérida, echaba el telón este año con una obra de nuestra paisana María Zambrano, y hacia allá nos fuimos, dispuestos a ver y escuchar lo que ya habíamos leído, y que tantas emociones y reflexiones nos había despertado.
¡Árboles!/ ¿Habéis sido flechas caídas del azul?/ ¿Qué terribles guerreros os lanzaron?/¿Han sido la estrellas?/ Vuestras músicas vienen del alma de los pájaros/ de los ojos de Dios/ de la pasión perfecta./ ¡Árboles! Conocerán vuestras raíces toscas/ mi corazón en tierra?
Federico García Lorca
“Se miente más que se engaña,/ y se gasta más saliva/ de la necesaria”. Estos versos ponía Antonio Machado en boca de Juan de Mairena y, a decir verdad, así es en muchos casos: se miente, pero eso no significa que se engañe.