Un futuro decente, pero sin esa seducción de hoy

Un tal Wertham publicó en los Estados Unidos de los años 50 un libro en el que acusaba a ciertas publicaciones, como los comics de Batman, de alentar entre la infancia y la juventud comportamientos violentos o poco ajustados a la moralidad de la época, algo que hoy podría resultarnos pueril dado el avance de las redes, la tecnología y el desarrollo de eso tan voluble y evanescente como son “los valores” que pretendemos transmitir a las generaciones que nos han de suceder.

La infancia siempre ha despertado un extraño poder de seducción en los entes del poder : manejar, manipular y moldear las mentes vírgenes es el mejor camino para establecer directrices, imponer ideas o impedir comportamientos alejados de lo diseñado. Si dejamos caer nuestra mirada por el complicado discurrir de la historia más o menos reciente, siempre encontraremos que cualquier movimiento político, religioso, cultural o ideológico cuenta entre sus entramados con una sección infantil o juvenil. Nombres como “juventudes hitlerianas” pueden producirnos un escalofrío pero no olvidemos que, mucho más cerca en el tiempo y en el espacio, tenemos a nuestra disposición bastantes más adjetivos que añadir al concepto de “juventud”, y muchos de ellos también deberían hacernos estremecer si nos parásemos a pensar. Seducir al inocente parece ser un objetivo indispensable, y los nacionalismos, por ejemplo, suelen forzar hasta las trancas los currículums escolares para proveer a sus supuestos horizontes de savia nueva y entregada. No hay ideología alguna que, literalmente, “deje en paz” a los jóvenes, ya que permitir la libertad de criterio y la capacidad de información nunca es deseable para quienes buscan acaparar realidades y someter sociedades. Educar con neutralidad, apertura de miras e intentando potenciar el espíritu crítico de las nuevas generaciones debería ser el primer paso de un futuro sin esa terrible “seducción”.