'Entre maullidos y zureos': segundo movimiento
Se abre esta parte del poemario con un tiempo más pausado, también más íntimo. En él aparecen los recuerdos que más que eso, son emociones, calor, abrazo tierno de mis seres más queridos. Allí, en el territorio lejano de la infancia, siempre estará mi padre, mi madre y mi querida abuela María; maestra en protección de mis escasos años, cuando su patio era mi paraíso.
Estos son los tres primeros poemas de este segundo movimiento.
El secreto de las voces
Mi padre me enseñaba
el secreto de las voces,
pacientemente,
noche tras noche.
Sobre sus rodillas
se alargaban las horas
en el horizonte de la cartilla escolar.
Las primeras letras,
los primeros sonidos
La S de semilla, de sartén, de sauce.
La S con su sonido silbante.
La S de preguntas, de abrazos, de sueños.
La S susurrada a media voz.
La S que inaugura y acaba los silencios.
La S de sol, de sábana, de sombrero.
Mi padre me enseñaba
el secreto de las voces,
amorosamente,
noche tras noche,
hasta que accedí
al rumor sinuoso
de los plurales.
Paciencia rosa
Mi madre,
con paciencia rosa
bordaba la luz de los amaneceres.
Esparcía la luz por los rincones,
llevaba la luz en sus manos.
Mi madre,
maestra en urbanidad,
me enseñó a dar los buenos días,
las buenas tardes, las buenas noches.
A dar las gracias
y a ceder el asiento a los mayores,
pues en ella la educación
empezaba con el respeto y la cortesía.
Siempre,
siempre la veo
con una flor blanca
besándole las mejillas.
Acuarela
Mi abuela María tenía un jardín,
un patio como una acuarela.
Allí la higuera y el hibisco se abrazaban,
las gitanillas alegraban el muro
con sus risas de colores,
los helechos extendían sus tallos
acariciando los pétalos redondos del geranio,
y la flor de la manzanilla
alfombraba el suelo del verano.
Mi abuela hablaba con las flores
como si fuesen las hijas que siempre quiso.
Les advertía del peligro de las heladas,
del cuidado con encharcarse,
del sol, cuando caía a plomo.
Y al rosal rojo, su preferido,
mi abuela le contaba sus secretos.
Fue el primero en llorar su ausencia,
sus rosas rojas mudaron el color,
se fueron haciendo más oscuras,
hasta que al rosal, lo venció la tristeza.