sábado, 27 de abril de 2024 00:03h.

Puentes

Son incontables las veces que se nos ha dicho que el Arte es el puente que une nuestro mundo humano con la trascendencia. Pero nadie hasta ahora ha desentrañado el significado o contenido de tan elevado axioma, sagrado para algunos, denostado por otros.

Hay en nuestra historia humana seres que se aferraron a la visión de esa dimensión tan apremiante como escurridiza y que los demás etiquetaron de locura, porque no entendieron el rechazo a la importancia de sí mismo; o a la del oro que el mundo prioriza.

Un ejemplo de esto que digo fue Friedrich Hölderlin, poeta alemán al que sus padres obligaron a sus 14 años a estudiar teología para que dedicara su vida al servicio de lo divino. Pero Hölderlin escogió su propio camino, aquel que le llevara a encontrase con las divinidades del Olimpo, investido de poesía y locura. Y cruzó el puente; su puente.

Otro hijo del Arte que cruzó su propio puente fue Stefan Zweig, aunque empujado por otro sentimiento: la presencia de la suprema maldad en la Europa del Siglo XX y que dio por sentado que había venido para quedarse. Exiliado en Brasil con su esposa, ‘cruzaron’, y con ello, puso fin al extraordinario arte de sus palabras.

También pienso en músicos que cruzaron puentes haciendo uso del atajo que proporcionan las sustancias psicotrópicas. Por pudor, no los nombro.

Hay un músico que también se fue -por causas naturales de salud-, como Klaus Schulze, presente en los orígenes de Dangerine Dream, y presente aún con su prolífica y polifónica creación. ¿Otro buscador de la trascendencia? ¿Empuja el instinto hacia el cosmos buscando el “claro del bosque� En su obra Lorelei, con la voz de Lisa Gerrard, revive la leyenda germana de una sirena que habita en el Rin. Música que se desliza entre lo cósmico y lo esotérico.

Como músico, optó por hacer el recorrido en solitario, para hacer lo que le saliera del alma; ¿de qué otra dimensión que podamos nombrar si no?

Cuanto percibo desde el mirador donde me asomo a contemplar, es una atmósfera que surge del sentimiento musical de un creador. Ver lo que éste ve; oír lo que éste oye; ubicarse en el centro exacto de lo que éste siente, es quedar envuelto por el mismo misterio indescifrable que nos plantea el propio universo. El recorrido es dilatado y difuso, pero las emociones están a nuestro alcance; se pueden tocar con alguno de los sentidos intangibles que rara vez se mencionan. Tampoco yo puedo determinar el nombre, pero sé que están: ¿Intuición?, ¿fantasía?, ¿imaginación? Podría ser alguno de estos o todos a la vez; y hasta podría añadirse alguna dimensión existencial que aún no sabemos nombrar. Creo que somos partículas en fase de despertar dentro de una inmensidad que nos genera vértigo cuando intentamos entenderla. No hay que sentir miedo por acercarse a estas incógnitas a través de la música. No hay posibilidad de quedar perdidos en esas órbitas. El vínculo que nos une a esto que llamamos realidad obedece a una ley física poco explorada y negada constantemente por el materialismo contumaz. La única opción que haría posible que este vínculo se rompiese sería el cese de la propia vida, por una u otra razón.

El tránsito a la trascendencia es un camino que cuelga sobre un abismo al que sólo unos pocos tienen la osadía de asomarse.

Porque hay puentes que se sostienen con la fragilidad exacta para ser cruzados una sola vez.