viernes, 26 de abril de 2024 13:54h.

La diva de los pies descalzos

Cesaria Évora ha cantado en los más importantes escenarios del mundo. Ha llevado como estandarte su canto y su música. 

Con su voz, que representa la nostalgia humanista, y su estar sobre las tablas con los pies descalzos, desnudos, ha sido un constante homenaje solidario a los desheredados de su tierra, Cabo Verde, hombres, mujeres y niños; un llevarlos con ella a dondequiera que se la solicitara y se la aclamara.

Da la sensación al observador, que con su modo de estar y la autoridad de su voz, pudiera parecer una matriarca que hace música con ahijados de su predilección a los que les exige la máxima excelencia; o hermanos en el arte de emocionar. Pero sus músicos son virtuosos que le entregan mucho más de lo que ella pueda pedirles; con una humildad que para sí quisieran los que van por el mundo como estrellas, luciendo luminosidad fluorescente con fecha de caducidad, y músicas sin alma. Y es que desde hace ya bastante tiempo, percibo canciones lacrimosas con rimas que avergüenzan hasta a los más desamparados de la ilustración. Que hasta un analfabeto (que aún los hay, y son muchos) tiene la sensibilidad suficiente para darse cuenta de que hay gato encerrado (¿se acuerdan?). Amén de los arreglos musicales conque acompañan a ese falso sentimiento, generados por tecnología sofisticada; y ahora con inteligencia artificial. Y pienso: Si la inteligencia humana ya deja bastante que desear (sálvese quien pueda permitírselo), la de artificio muy bien podría devolvernos a la caverna, con su inquietante mito.

Desde hace poco tiempo se está recuperando el vinilo, en el formato LP, el más conocido, reeditándose música de hace algunas décadas. Pero, eso sí, remasterizada. Así lo llaman. Que no se trata de quitarles el polvo para que recuperen la indiscutible fidelidad sonora que tenían, sino revestirlas de algoritmos para que suenen a cosa recién salida del horno, hasta con olor a cruasán para los más imaginativos. También están poniendo a punto la “churrería” para vendernos las populares casetes que tantas alegrías nos dieron, y de las que aún conservo una buena cantidad. Como aquellas cintas que descubríamos en el expositor de una gasolinera y era como si se nos revelara el enigmático eslabón perdido de la humanidad. 

Es el péndulo que regresa hacia el suelo y siempre es recibido con ovaciones por los que añoran lo bueno del ayer: El ayer volverá; vuelve siempre, por muchas pátinas de modernidad que se le aplique. Porque los mercaderes reinventan constantemente la vida y quieren nuestra felicidad. 

Cesária Évora canta eternizándose en el éter con la perennidad de una efigie, ajena al péndulo del tiempo. Cesária Évora se nos fue, descalza y herida de humanismo. Pero, como tantas otras músicas y voces cantoras, caminará con nosotros dentro del alma y de nuestras abarcas, cuando ya no haya animales a los que arrancarles la piel. Porque andar descalzo por la vida, simboliza todo cuanto nos excede y nos falta: Praderas verdes con anchos bosques que reemplacen el hormigón y el frenético asfalto que no lleva a ninguna parte. Por mucho que corramos en pos del destino.

Sosiego y música. Música para escuchar cada día, todos los días, para impedir que la maldad del mundo entre en los corazones. Por siempre jamás.