sábado, 27 de abril de 2024 00:03h.

Otro año con apariencia de nuevo

Desde hace tiempo -un tiempo que da muestras de carecer de memoria-, los ‘listos’ de las diferentes sociedades humanas, han usado la etiqueta inefable de tradición para elevar ciertos eventos a la categoría de históricos e imprescindibles: tortura de animales (siempre indefensos); desprecio de cosechas enteras de tomates para el divertimento, obviando el hambre que padece la otra mitad del planeta; y la opulencia de la mercadería navideña, no menos ajena a la hambruna.

Pero están las palabras y las músicas que desarman la inefabilidad y la sacan de su tenebrosa caverna. Dentro de unos días, cuando el año cambie de signo, volverán a ofrecernos desde Viena (Austria) el consabido concierto de Año Nuevo, en el que el público, al final (la llamada propina),  acompañará con sus palmadas la marcha militar que Johann Strauss (padre) compuso en 1848 en honor del mariscal de campo austriaco Joseph Wen­zel Radetzky.

La marcha de Radetzky se hizo costumbre y se interpretaba, por entonces, en los parques y ante edificios de carácter oficial, como mero entretenimiento para la ciudadanía de Viena, considerada una expresión del nacionalismo austriaco, como narra Joseph Roth en su magnífica novela que lleva por título el nombre de esta marcha militar.

Esta marcha y otras de la época, tuvieron su origen en la música popular de los países del entorno, especialmente la que creaba el pueblo zíngaro. Una de las funciones de estas marchas era el reclutamiento: en Austria, por entonces un país absolutamente militarizado, estas músicas suponían un estímulo para animar a los jóvenes a alistarse (a ofrendar sus vidas). 

Con la llegada de los demonios encarnados del nazismo, el cielo de Europa se oscureció. Paso a paso, libro a libro, puedo entender por qué un ser de luz como Stephan Zweig se exilió en el otro extremo del mundo y, acto seguido, junto a su esposa, pusieron sus vidas a disposición de las estrellas, sabiéndose desligados de cualquier atisbo de esperanza. 

De entre esos demonios destacó Joseph Göbbels, ministro nazi de propaganda, que con absoluta arrogancia se vanagloriaba de ser un gran entendido en música, al tiempo que despreciaba y condenaba a importantes compositores del momento por su origen judío. La Filarmónica de Viena pasó a ser una institución de gran renombre europeo. Más de la mitad de sus músicos estuvieron adscritos al nazismo, y del resto, un número importante fueron expulsados o asesinados. 

Los conciertos de Año Nuevo tienen su origen en 1939, que originariamente se llamaron Concierto de Johann Strauss. Dado el carácter alegre de sus composiciones, la propaganda nazi los utilizó como pieza clave del ocio. Se llegó a modificar la partitura de la Marcha Radetzky a través de  Leopold We­ninger, compositor y director de orquesta al servicio del nazismo, con un fin exaltador. Fue en 1946 cuando se introdujo la Marcha Radetzky como propina en el concierto de Año Nuevo, con las consiguientes palmadas acompañando la música. El ministro nazi intentó, sin conseguirlo, falsificar los datos de nacimiento de Johann Strauss, también de origen judío, con el fin de apropiarse del valor de sus composiciones para la música alemana. Fue a partir del año 2020 que la Filarmónica revisó y desterró las modificaciones que hizo Leopold Weninger, por su relación con el nazismo. Ignoro si las personas que hacen las palmadas al sonar la Marcha Radetzky tienen conocimiento sobre el origen de esta ‘tradición’. Por si acaso, lo cuento. Pero que nunca se detenga la música.