jueves, 25 de abril de 2024 00:00h.

Algoritmos silenciosos

Columna de Miguel Segura

Cuando contemplo una partitura, aparece en mi mente una imagen análoga: Un tendido de cables eléctricos repleto de pajarillos descansando del vuelo.

Imagino una idea sonora revoloteando en el pensamiento del músico antes de materializarla sobre las cuerdas del pentagrama, como un tendedero que se airea al sol, como fórmulas de armonía que, enlazadas con maestría, nos quieren sugerir anhelos románticos, la contemplación de la naturaleza, tormentas con naufragios o un viaje solitario por el cosmos; también las guerras inú­tiles en las que las pér­­didas no se pueden contar.

A lo largo de la historia, muchas de es­tas fórmulas sonoras han sido utilizadas de manera interesada y sigilosa; también des­­­­­­­­tructiva.

Pero me quedo en el ámbito creativo e inspirador: la música que nos lleva en vo­lan­das hacia el amor y la evolución del es­pí­ritu humano con destino a las anchas praderas de la trascendencia, a donde anhelan llegar los nativos americanos tras acabar sus vidas. También en otras culturas se sustenta esta aspiración. En la mayoría de éstas se han tañido instrumentos y se han elevado cánticos para despedir a las almas: algoritmos sonoros que iluminan una senda vedada a los vivos.

En este tiempo, en el que tanto se habla de algoritmos (matemáticos) que quieren dar  verosimilitud a la ‘inteligencia artificial’, me hacen sospechar que no nos están contando toda la verdad.

A saber: Creo que esas intrincadas fórmulas matemáticas son un intento sofisticado de control, una dictadura sigilosa, frente a los algoritmos de la música, que son liberadores. La inteligencia está íntimamente entrelazada con la mente y, por extensión, consagrada a las necesidades del alma, lo que quiera que esto sea y donde quiera que esté ubicada. Por tanto, la supuesta ‘inteligencia artificial’, no deja de ser una herramienta más para facilitar la vida humana, pero que en manos de la codicia está siendo ya un nuevo exprimidor de nuestros bolsillos y nuestras más altas aspiraciones.

¿Pueden los algoritmos matemáticos componer sinfonías como Mozart, o es­cribir poemas como Federico García Lor­ca? Tal vez. Pero esos resultados serán co­mo un gazpachuelo sin la alquimia del huevo con el aceite de oliva virgen, o el puchero sin sus ‘añejos’. (Disculpen los lectores la burda comparación).

Música y poesía siempre han ido -y van- íntimamente hermanadas. Un binomio creador que estimula y engrandece a las demás artes humanas. Está presente en el pensamiento de María Zam­brano. A tal punto, que se permitió rebatir a su maestro el concepto sobre la Razón añadiéndole la Poética, ensanchando para todos un camino donde encontrar respuestas a inquietudes aparentemente irresolubles: Entre la luz cegadora de la realidad y la oscuridad onírica y turbadora de la caverna, la pensadora nos propone el sabio sosiego de la penumbra donde se hace posible el ‘ver’: La Razón Poética.