viernes, 19 de abril de 2024 10:43h.

Utopías

Columna de José María Matás

Desde que vi la imagen, me ha perseguido. Suena exagerado, pero espero que se me entienda mejor al final de este artículo. Por su aspecto, podría parecer un complejo militar industrial, las instalaciones de una gran multinacional o Dios sabe qué cosa. Pero no. Se trata de un campus universitario, pero no de uno cualquiera, sino de uno temático dedicado a la formación agroalimentaria y forestal. No está en Goteborg ni Hamburgo ni Leeds. Sino en Lleida, España. Ori­gi­na­ria­mente, allí solo había una facultad, la de Ingeniería Técnica Agrícola. Corría 1972. La ciudad apenas alcanzaba los 100.000 habitantes, pero, gracias a la apuesta estratégica de las administraciones local y autonómica, fueron desarrollando el concepto hasta convertirlo en uno de los principales campus de este género de todo el país, incorporando estudios de producción vegetal, forestal y ganadera; ciencia y tecnología de los alimentos, veterinaria; conservación de la naturaleza y biotecnología. En total, 200 profesores e investigadores imparten aquí 16 titulaciones a unos 1.500 estudiantes. 

Salvando las distancias, he vuelto mucho a esta imagen merced al debate ciudadano suscitado en torno a Las Claras y el deseo expresado desde el círculo de Podemos de intentar aprovechar la oportunidad de recuperar este emblemático edificio convirtiéndolo en subsede universitaria. En concreto, implantando los estudios de Ingeniería Agrícola y Medio Rural, especialidad de la que solo existen tres escuelas en toda Andalucía.

El deseo de que nuestra ciudad pueda acoger de forma permanente estudios universitarios no es nuevo. En las últimas décadas, este tema ha ido aflorando periódicamente sin que nunca se haya llegado a concretar nada. Por eso parecía razonable pensar que aunar ese viejo sueño con la posibilidad de contribuir a revitalizar nuestro deprimido casco antiguo, para que no solo pueda ser visitado, sino para que vuelva a repoblarse y el pequeño comercio florezca, merecía la pena. Máxime si lo que se está proponiendo es que una ciudad con un sector primario tan potente pueda apostar por la formación y el conocimiento en este campo. 

Sin embargo, nuestra clase política no parece muy por la labor. Primero fue un joven cargo socialista el que dijo por televisión que la UMA no entraría, que ellos están por centralizarlo todo. El hecho de que otras ciudades medias de la provincia que juntas no suman nuestra población, como Antequera o Ronda, sí sean subsedes universitarias no parecía relevante. Más recientemente, ha sido el propio alcalde, tras manifestar que se está en negociaciones con Unicaja para comprar el inmueble, el que dijo que lo que se pretende es darle al edificio un uso cultural. Sin más especificar. Sin explicar por qué no aprovecha que existen unas instalaciones como el Mercovélez, que este equipo de Gobierno se ha comprometido a rehabilitar, para cubrir muchas de las necesidades en materia artística que se le demandan; sin decir si piensa hacer lo mismo en Las Claras que en Los Pósitos, donde tres millones de euros de los contribuyentes se han ido en una sala de exposiciones, otra de lectura y unas oficinas. El edificio, es cierto, ha quedado de lujo. Un lujo asiático, añadiría yo, viendo el enorme movimiento que ha generado.

Quizá se entienda ya por qué me causa tanta admiración, y al tiempo tristeza, esta imagen. Por qué me deja perplejo que nos quedemos impasibles mientras el flamante nuevo Instituto de Investigación Hortofru­tí­cola de la Axarquía ‘La Mayora’ se va para Málaga; por qué me fascina que pudiendo contar con un parque agroalimentario de última generación hayamos decidido sustituirlo por un polígono; por qué es tan sangrante que la primera industria del municipio, sin contar el turismo, dependa de un recurso tan escaso como el agua y esté expuesta a algo que ha venido para quedarse: el cambio climático. 

Sin embargo, hay algo que impide que el pesimismo me venza. Es imaginarme lo que tuvieron que escuchar esos pioneros ilerdenses que soñaban con fundar una facultad, que más tarde sería todo un campus, cuando expresaron en voz alta por primera vez su idea. Probablemente, estos, como otros ahora, también fueran acusados de utópicos. ¿Aquí?, les dirían, ¡esto nos viene grande! Podían haber sucumbido, es cierto. Pero el prerrequisito para per­der una batalla es darla.