Ser anciano

El historiador estadounidense Cristopher Lasch, como moralista y crítico social, es autor del libro La cultura del narcicismo. En él dedica un capítulo para hablar sobre la ancianidad y el pavor al envejecimiento. La pregunta que nos plantea: ¿Biológica y socialmente qué implica ‘ser anciano’?

Desde una visión humanista el problema de la senectud es social, porque se le margina, negándole su sabiduría acumulada. Y desde la biología, se ve como un problema médico, atribuyendo a la medicina  expectativas de vida -cuyo enfoque implica no sólo alargar la vida, sino también eliminar los horrores del envejecimiento-. Ambas se sostienen en la esperanza, considerando la vejez y la muerte una imposición. Es más, psicológicamente, ser anciano causa ese estado anímico de esperar la muerte y el rechazo social de sentirse inútiles. Estas circunstancias, según el autor, se dan debido al ‘narcisismo’ de una sociedad que desprecia la experiencia vivida, concediendo mucha importancia a la fuerza física, a ser admirado por la belleza. Cua­lidades propias de la juventud, y cuyos atributos se desvanecen con el tiempo. Otro problema social es que no hay continuidad de que las generaciones futuras sigan con la labor dejada por los sus mayores. 

La alternativa, para paliar los males de la vejez y lograr una mejor calidad de vida, pasa por hacer buen uso de los avances científicos y tecnológicos. Para conseguirlos es necesario aplicarlos con criterios humanitarios.  Se recurre a la gerontología, y a la geragogía como formación. Esta última parte de la premisa de que el aprendizaje es algo permanente a lo largo de todo el ciclo vital, y su objetivo es mantener sus capacidades y sus habilidades, potenciando actividades lúdicas y de integración social. Lo triste es que sólo se da en países desarrollados con una política social. Que, incluso, no logran superar el problema económico que conlleva; por lo tanto, se producen discriminaciones sociales.

El fracaso reside en el concepto negativo que la sociedad tiene de la vejez. Que la ve como una carga económica a mantener. Que se alargue la vida supone un problema a resolver. Porque es la productividad lo que impera. E, individualmente, el anciano se adolece de tristeza, de que no cuenten con ellos, y de no ser respetado como ‘persona’, en el amplio sentido de la palabra. De verse relegado a un objeto que estorba, y que hay que arrinconar en instituciones residenciales.

Para salvar esta visión negativa  habría que revertir la situación e ir a los orígenes de una visión filosófica, donde prime lo humano. Como expresa el poeta: “La vejez  como la llegada a la serenidad del espíritu, a la templanza del cuerpo. /  Al instante de la contemplación última. /A esa  mirada cargada de miradas. / A la sabiduría de un tiempo vivido. / La vejez como premio de un camino andado/ buscando las entrañas del océano. / Retorno al origen de la naturaleza perdida”.