martes, 16 de abril de 2024 20:29h.

Pienso, luego soy

Artículo de Jesús Aranda

En los tiempos que corren cada vez es más difícil ser uno mismo. Convertirse en una persona librepensadora y tolerante, con independencia absoluta para razonar sin las tenazas de criterios sobrenaturales o doctrinariamente ideológicos, no es fácil. Además, la sociedad en la que vivimos tampoco colabora, al marginar una de las herramientas que más nos ayudarían a conseguir nuestro objetivo: la filosofía, que es la que nos enseña a hacernos preguntas, a buscar la verdad o el sentido profundo de las cosas, a argumentar, a debatir y contraponer ideas.

La filosofía es el mejor alimento para satisfacer nuestra curiosidad. De hecho, esta palabra proviene del griego phílosophía, que significa “el amor a la sabiduría”. La Real Academia Española de la Lengua completa su significado, y añade: “Conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano”.

A pesar de que somos muchos los que consideramos que la filosofía es uno de los campos más importantes del pensamiento humano, desde los poderes públicos no se le da la importancia que debiera, y asistimos con cierta perplejidad y desazón a una especie de depreciación de su valor que se traduce en limitar su oferta en las enseñanzas de nuestros colegios, universidades e institutos y en no tratarla lo suficiente, ni siquiera de forma tangencial, en programas, reportajes, películas o series del estilo de El club de los poetas muertos o Merlí,  donde gracias a su particular manera de vivir la filosofía, se consigue que los adolescentes aprendan a ser más críticos y estar más preparados para comprender el mundo.

Desde el principio de la Humanidad, las respuestas a las preguntas de la vida se condensaban en una que servía para todo: es cosa de Dios. A raíz del desarrollo filosófico y científico se encontraron más respuestas y, también, más preguntas. La filosofía ha permitido analizar y reflexionar sobre lo que nos rodea y profundizar en conocimientos desde un punto de vista objetivo. Se puede considerar, sin lugar a dudas, la madre del pensamiento científico. Conduce, además, al cuestionamiento del mundo para así poder entenderlo y establecer nuevos objetivos con el propósito de mejorarlo.

Pero, desgraciadamente, nos en­contramos con muchas personas, sobre todo los más jóvenes, que no tienen ni idea de la vida, de su existencia, que no se hacen preguntas porque no les han enseñado y, como dice el filósofo francés contemporáneo Andrè Comte-Sponville: “En la sociedad actual hay un declive de las religiones y de las grandes ideologías y, por ello, más necesitamos de la filosofía, porque hay que buscar respuestas a las preguntas que todo ser humano se hace y que antes nos venían dadas desde la religión o la ideología; dar respuesta a esas preguntas es filosofar”.

Efectivamente, cuando hablamos de  filosofía no nos referimos a me­morizar un extenso listado de teorías. Como observaba Inmanuel Kant, filósofo y científico prusiano del siglo XVIII: “No se puede aprender filosofía, tan solo se puede aprender a filosofar”. Filosofar, por lo tanto, sería la facultad de pensamiento a través del cual la persona se permite contemplar, interpretar, analizar e incluso reflexionar sobre un tema en particular con el fin de entender la realidad. Se refiere a pensar para conocer.

Entonces, qué podemos hacer? Si tan importante es la filosofía y tan carentes estamos de ella, cómo cubrimos el vacío existente, cómo nos preparamos para sobrellevar la vida y defender el pensar genuino frente a la exaltación, el populismo y el desvarío. Pues, queridos amigos y amigas, o nos ponemos manos a la obra, además de reivindicar y exigir más “cobertura filosófica”, de razonamiento y entendimiento en nuestra sociedad o iremos  a engrosar la cada vez más numerosa nómina de miembros del rebaño social en que algunos quieren convertirnos para, así, legitimar sus aviesos planes.

Leamos libros introductorios o guías pa­ra principiantes; acudamos a encuentros filosóficos promovidos por colectivos culturales o instituciones públicas (Ca­fé filosófico de la SAC, talleres y en­cuentros para acercar la filosofía a la ciudadanía organizados por el Ayun­ta­mien­to, etc.). Así, revisaremos nuestros conocimientos, los compararemos con otros sa­beres y los someteremos a un examen crí­tico. Debatir con otras personas nos puede ayudar muchísimo. Abramos nuestra mente, no nos quedemos en lo que ya sabemos, aceptemos y razonemos las cosas, aunque choquen con lo que ya creíamos, liberémonos de dogmas im­puestos. De hecho, si nos lo tomamos bien, la filosofía puede ser hasta divertida.

Y si queremos ser más que estar, pensemos.