sábado, 27 de abril de 2024 04:04h.

Juventud, ¿divino tesoro?

Artículo de Jesús Aranda

La cantante americana Janis Joplin (1943-1970), símbolo femenino de la contracultura de los años 60 y la primera mujer blanca considerada gran estrella del rock, decía que “no habría que ser joven hasta ser lo bastante viejo para saber llevarlo”. Es cierto que la juventud es época de grandes cambios, de profundos retos personales, emocionales y afectivos y que, en la mayoría de las ocasiones, nos enfrentamos a ella solos, sin el bagaje suficiente ni una mínima preparación vital, pues es una etapa de nuestra vida en la que llegamos sin muchos de los recursos que nos debieron de haber proveído desde la infancia. Esas herramientas facilitarían a los jóvenes expresarse de una mejor manera y enfrentar las condiciones que atraviesan durante la juventud. Asi­mis­mo, les permitirían ampliar sus capacidades y posibilidades de desarrollo. Pero, sin embargo, hacemos el importante tránsito a la vida adulta un poco desvalidos. 

De jóvenes, nos queremos comer el mundo, somos impacientes, narcisistas y algo volubles. Empezamos a probar la independencia y nos incursionamos en nuevos espacios, abrimos nuestros horizontes y vamos teniendo mayores oportunidades de intercambio y de interacción social. La vida nos parece infinita y no le tenemos miedo a nada y dejamos de contar con nuestros padres. Somos, o nos sentimos, poderosos e inmunes a los desafíos y retos que conforman la vida.

Seguro que a todos les suena la expresión del poeta Rubén Darío: “Juventud, divino tesoro”. Con ella intentamos rememorar y añorar los años de juventud, teniendo cierto componente de melancolía y recuerdo, pues en ese período de la vida todo parece ser positivo y, por ello, se acostumbra pronunciarla con un tono nostálgico. Al menos, para muchas personas es así, pero no para todos, puesto que la juventud, sobre todo en los tiempos que corren, no parece necesariamente la mejor etapa de la existencia de los seres humanos. 

Un paro juvenil galopante, un incierto futuro, el impacto de las nuevas tecnologías y las redes sociales, un modelo educativo trasnochado, la dictadura de las modas y la rapidez en cómo se vive, hacen que los jóvenes se enfrenten a unos problemas concretos que merece la pena conocer y gestionar cuanto antes. ¿Lo hemos pensado alguna vez? ¿Se preocupan nuestros gobernantes de ello? O, por el contrario, lo vamos dejando pasar, pensando que “ya aprenderán o se arreglarán solos”.

No me gustaría que los jóvenes que lean esto se depriman o des­motiven, sino todo lo contrario, que se­an conscientes de su situación y que si­gan viviendo como jóvenes que son, sa­cán­dole a la vida todo su jugo, y que vi­van con las menores ataduras po­sibles, pero alertas, y que sean más receptivos a quienes, con la perspectiva de los años, podemos darles alguna pista sobre de qué va esto de la vida. Como de colega a colega, si me permiten, porque cumplir años te descubre lo que por ignorancia o inexperiencia se te oculta. Y no quiero concretar, sino simplemente decirles que estén atentos a la realidad, que se formen e informen, que sean críticos y se lo cuestionen casi todo, pues la duda nos mantiene alertas, y que disfruten de la cultura y de la naturaleza, ya que, aunque no lo parezca, la vida es un soplo y, por eso, hay que vivirla a tope, porque hoy es solo el ayer de mañana.

La juventud es prima hermana de la creatividad, la pasión y el emprendimiento y no acaba a cierta edad, pues, para muchos, es más un estado mental y un sentimiento que un estado fisiológico. Una inquietud y apertura de miras vital que nos mantiene joviales y vivaces a lo largo de nuestra vida. A ser joven se aprende siéndolo, viviendo, buscando nuestros sueños a lo largo de la vida, sin temor a equivocarnos y levantándonos las veces que hagan falta. Les aseguro que esto es así. Doy fe de ello. 

Porque no hay una sola juventud. Se ha­bla incluso de una segunda y hasta tercera ju­ventud que esconden, tal vez, tantos te­so­ros como la primera. En ellas, nos da­mos permiso para redescubrirnos y la vida nos procura nuevas oportunidades si nos mantenemos conectados a nuestras pasiones y las ejercitamos. Los anglosajones tienen una palabra muy bella para definir a estas personas que viven una nueva juventud gracias a una pasión: los late bloomers, las personas que florecen tarde. Un talante activo resulta ser una de las claves para una vida larga y saludable, ya que las personas activas y con propósito, que no se retiran de las cosas que les gustan se mantienen conectadas a la vida y conservan hábitos saludables. 

Como dice el músico estadounidense y Premio Nobel de Literatura, Bob Dylan, en el estribillo de una de sus canciones (My back pages), refiriéndose a su primera etapa de juventud: “But I was so much older then / I’m younger than that now” (“Pero yo era mucho más viejo entonces / Soy más joven ahora”).