jueves, 25 de abril de 2024 23:30h.

El ‘perreo’

En una ocasión, una compañera de trabajo me recogió en su coche para ir juntos a una reunión. Le sugerí que pusiera algo de música para amenizar el trayecto. 

Debo confesar que me gusta saber qué escucha la gente con la que me relaciono, pues soy de los que piensan que también somos lo que escuchamos. Cuál no sería mi sorpresa cuando empezó a salir de los altavoces del vehículo una música repetitiva, diría que machacona, con un ritmo sincopado producido electrónicamente y con una voz como sintetizada que desvirtúa, a mi juicio, el hermoso hecho de cantar. Efectivamente, era reguetón.

Lo que oía empezó a descorazonarme porque, además de a mi compañera, este tipo de música se ha impuesto en todo tipo de eventos y celebraciones. En las tiendas, en los desfiles, en bodas, bautizos y comuniones, en las escuelas y hasta en las fiestas infantiles se receta reguetón sin ni siquiera pararnos a pensar en su ritmo básico totalmente artificial, su lenguaje vulgar, misógino y algo denigrante, y el abuso del Auto-tune, que viene a ser lo mismo que el Photoshop que utilizan políticos, modelos y artistas para parecer lo que no son. Es decir, con este sistema, muchos cantantes generan notas perfectas que no provienen de sus gargantas, sino de esa pequeña maravilla tecnológica. Y no estaría mal del todo si no se abusara tanto de ella. De hecho, la cantante Christina Aguilera apareció públicamente hace unos años con una camiseta que rezaba, en plan despectivo: “Auto-Tune is for pussies” (“El Auto-Tune es para cobardes”).

Con este tipo de música no realizamos ningún tipo de filtro, porque nos pasa como con esas bebidas refrescantes que tomamos aunque sepamos que no son nada saludables. Ya se encarga la industria de producirla apelando a nuestros instintos más primarios. Y lo hace porque es más fácil y más rentable producir música en la que el cantante no tiene que hacer mucho esfuerzo, en vez de apostar por artistas con mejores aptitudes y valores artísticos y culturales. Creo que el artista de verdad no necesita afirmar su masculinidad cosificando a la mujer como la cultura del reguetón viene haciendo desde sus inicios. 

La Real Academia Española de la Lengua define la acción de perrear, tan habitual en el reguetón y sus bailes, como “timar, menospreciar a alguien o dicho de los hombres mujeriegos”. Por ello, corremos el peligro de que se vea como algo cotidiano ese dichoso perreo al bailar y que se traslade al conjunto de relaciones entre hombres y mujeres. 

La detracción de la mujer en el reguetón, ya sea oral o visual, es el espejo de una sociedad: sirve para interpretar el mundo que nos rodea y configurar nuestra forma de pensar, ya que posee una gran importancia en la creación y consumación de imaginarios sexistas, misóginos y machistas en el inconsciente colectivo.

El filósofo, poeta y músico alemán Friedrich Nietzsche, decía que “sin música la vida sería un error” y estoy totalmente de acuerdo. No se pretende aquí demonizar al reguetón de marras, pues respeto mucho los gustos de cada cual y no todos los reguetones son iguales, sino de advertir sobre su excesiva implantación social. Hay infinidad de propuestas musicales, tanto nacionales como internacionales, de calidad, divertidas, hechas por músicos de verdad, que tienen unos valores culturales y artísticos de muchísimo mayor rango y que también nos producen alegría y felicidad y pueden promocionar y poner en valor nuestro municipio, pero con otro estilo y lanzando otros mensajes. No queramos ser lo que no somos. Por ello, animo a todos, también a nuestras instituciones, a que busquen, investiguen y encuentren esas opciones alternativas y que se invierta en calidad aunque no sea lo fácil, y  aislemos esa especie de ‘comida para los pollos’ que muchos ciudadanos reprobamos.

La cultura nos da una oportunidad siempre que disfrutemos de contenidos que merezcan la pena. Este consumo cultural de calidad nos ayuda a ser más libres en tiempos convulsos y a sentirnos más dueños de nuestro destino, menos dependientes de la mal llamada cultura de masas, que, desgraciadamente, cada vez más gente sigue y que se distribuye de manera masiva y hegemónica en el mercado.

Estamos viviendo una época muy difícil para los proyectos culturales que se organizan desde algunas instituciones (también los ayuntamientos), porque se confunde el éxito comercial y de masas con el éxito cultural y se atiende a lo más fácil (y en ocasiones bastante más caro) que  a lo que verdaderamente dignifica a una sociedad. ¿Perreo? No, gracias.