viernes, 29 de marzo de 2024 00:00h.

Leyendo a María Zambrano

Columna de Emilia García

Estamos finalizando un año en el que  la Fundación María Zambrano y  el Ayuntamiento de Vélez-Málaga  han venido conmemorando el XXX aniversario de la muerte de nuestra universal filósofa-poeta.

A mi modo, leyéndola, dejándome llevar por su ritmo, tratando de sentirla, escribo estos párrafos.
Zambrano vertebra su filosofía, la obra de toda su vida, en base a la razón poética. Creo yo que, para ella, la llamada a la que la filosofía debía atender es esa que lleva a indagar y responder sobre el ser persona.

Lo que nos hace ser, no es sólo el conocimiento adquirido, sea éste más o menos integral. El conocimiento produce habilidades que pueden sernos más o menos útiles a lo largo de la vida. Este conocimiento ha sido fruto del estudio, de la indagación, de la ciencia y, en definitiva, de la razón. Gracias a él construimos y desarrollamos el devenir. O eso creemos.

¿Por qué entonces la razón poética? 

Porque María había visto, pensado, vivido y sufrido, que la razón por sí sola es insuficiente; que no puede excluirse del conocimiento esa otra verdad, otra realidad que habita al ser humano: la verdad que nace de las entrañas, la verdad que radica en ese otro lugar que llamamos sentimientos. Que el conocimiento, privado de esta verdad,  había llevado al mundo a la sinrazón: guerra de España, Segunda Guerra Mundial, exterminio nazi…

Era necesaria una filosofía que integrara al ser en su totalidad, que contemplara esa otra parte del ser, la que está escondida en lo más hondo y que puede llegar a liberarse a través del proceso creativo, poiesis, de donde deriva la palabra poesía. El acto creativo implica un adentrarse, mediante la reflexión, en nuestro interior. Y en ese adentrarse por las distintas habitaciones del alma, surge, a veces, que tras una puerta nos sorprende encontrar algo que ya sabíamos pero que no habíamos percibido, es de ese algo de donde surge “el duende”, “la chispa”, “la inspiración”…

En nuestro interior, las emociones más dispares se mezclan. Sentimientos positivos y negativos conviven con nosotros. Conocerlos, saber de ellos es necesario para que el individuo devenga en persona. Saber de nuestros temores, de nuestra soledad y del gran potencial amoroso que llevamos dentro. María reivindica constantemente esa esperanza en el ser humano.

Hay verdades que sabemos como si alguien nos la hubiera susurrado al oído, que van con nosotros desde el inicio de nuestra existencia. A veces, esas verdades, esos mensajes son escuchados. A veces se rebelan en un momento de nuestra vida. Son los instantes en los que la poesía ha hecho presencia en nosotros. En esos instantes, nos instalamos en la penumbra, un lugar en el que ni nos ciega la luz ni nos engulle la oscuridad. 

Somos seres pensantes, sí; al igual que seres sintientes. Si  el pensar  y el sentir lo hacemos uno, estaremos siendo personas.

¿Qué sentimos al ver La Piedad de Miguel Ángel?

Vemos una madre con su hijo muerto en el regazo. Pero no es la representación de la muerte del hijo lo que nos conmueve, sino el dolor que la madre transmite. Ella, La Piedad, ha hecho la muerte y la vida de su hijo suya. La ha acogido en su seno, se ha hecho una con él. En ella vemos el sufrimiento no ya de la muerte acaecida, sino de toda la agonía anterior. Y lo más importante es que, al contemplarla, esa piedad se nos rebela y nos sobrecoge. Sentimos la piedad en nosotros.

Dice Zambrano que la piedad es la matriz o madre de todo sentimiento amoroso positivo. Que la piedad es lo que nos hace sentir al otro. Vivirnos en él. Hermoso concepto, del que tan necesitados estamos hoy por hoy, cuando sólo complacen los iguales y cuando aquel o aquella que no se nos parezca, queda estigmatizado

Si ese sentimiento fuese más estable, si fuese un sentimiento duradero seríamos capaces de cambiar el mundo.