jueves, 28 de marzo de 2024 09:28h.

Escobas y fregonas

Elena Poniatowska, una de las más importantes escritoras mexicanas, Premio Cervantes 2013, pasaba un buen día junto a unos lavaderos públicos cuando escuchó hablar a Josefina Bohorquez.

Le llamó la atención la forma de expresarse de esta mujer. Se juntaron la casualidad y el afilado instinto periodístico de Elena; así que se acercó y le pidió a Josefina una entrevista que derivaría en una visita cada miércoles para que le contara su vida.  Se reunían  en casa de la entrevistada; casa pobre de mujer pobre, analfabeta, arañando la vejez y más sola que la una, sobrellevando la dureza de su miseria y soledad apegada a la milagrería.

De ahí surgió el personaje de Jesusa Palancares, protagonista de la biografía novelada Hasta no verte Jesús mío, relato de la vida de esta mujer que nunca tuvo nada, salvo su fuerza y su persona. Un retrato negro sobre blanco de la que podía ser cualquier mujer en cualquier lugar de México de mediados del siglo XX. Sólo que en Jesusa Palancares había algo que destacaba por encima de todo: su rebeldía. Esa rebeldía que hizo que un buen día, harta de las palizas de muerte que le propinaba el que fuera su marido a la fuerza, se plantara  delante y le lanzara con coraje: 

—No ya se volvió el mundo al revés. Ahora no me manda usted, ahora lo mando yo. Y ahora se va adelante, ándele, y si no  le gusta, le trueno aquí.

Visibilizar la situación de esas mujeres anónimas que, como Jesusa, fueron explotadas y apaleadas desde muy pequeñas, es lo que hace Elena Poniatowska en esta cruda novela en la que sólo escuchamos una voz, la de la protagonista.

En una ocasión, sorprendí a mi abuela hablando con mi tía de una vecina a la que el marido propinaba palizas como quien da las buenas noches. 

—A mí un hombre me pega una vez y porque me pille desprevenida, la segunda se la pega al aire -fue la frase que se me quedó en la memoria.

Mi abuela no sabía nada de feminismo, ¡cómo iba a saberlo!, pero sí que sabía de la vida y sí que sabía de dignidad y de amor propio. 

Hace una semana, me llamó la atención unos comentarios irónicos y hasta indignados, de algunas personas ante el cartel que el PCE diseñó para el 8 de marzo. Ya lo habréis visto: unos brazos alzando escobas y fregonas y acompañado del lema ‘Barriendo al patriarcado’. La verdad, no sé qué tiene el cartel para levantar ese revuelo. Alude explícitamente a una de las tareas cotidianas que, al parecer, les resulta desfasada. Lo mismo esas personas no barren, pero seguro que las casas se las barren otras. Y digo otras  aludiendo abiertamente al género.

Que cada vez son más los hombres que comparten codo con codo las tareas cotidianas, no niega el que hoy por hoy, gran mayoría de las mujeres, que tienen un trabajo fuera del hogar, hagan doble turno cuando llegan a casa; como  no niega el que muchas  mujeres sigan siendo maltratadas por sus parejas. Ni que  a nivel global tengamos un sistema político explotador, excluyente y claramente misógino. De esto pueden dar fe las niñas envenenadas por gas en las escuelas de Irán. La maldad no tiene límites.

Pues sí, yo creo que  hay mucho que barrer; en lo público y en lo privado.