jueves, 25 de abril de 2024 00:00h.

Abril… para leer; abril para contar

Columna de Emilia García

Abro abril, cual delicado abanico, despacio, y ya en sus primeras varillas asoma el Día Internacional del Libro Infantil y Juvenil.

Me detengo ahí, y recuerdo los parques infantiles clausurados, los colegios vacíos, las calles desoladas de los primeros meses de confinamiento de hace dos años. Recuerdo que lo que más me entristecía era la ausencia de niños en las calles, porque los niños son la alegría, llevan consigo la esperanza colectiva de la humanidad: las semillas del futuro.

Me detengo ahí, y veo a los niños saharauis. Me los imagino ahora en los campamentos de refugiados escuchando un cuento antiguo como el mundo.

Un cuento en el que ‘Tutores Magnánimos’ les hacen soñar con migajas de esperanza. Pero un buen día, ven que estas esperanzas son, en realidad, humo. Un espejismo como los que, dicen, produce el desierto. Dice el cuento que una inmensa nube de polvo se hizo eco del dolor de la infancia, y se levantó surcando los mares hasta alcanzar las ciudades de los tutores y dejar sobre sus cielos un grito color naranja. Es un cuento sin final feliz, aunque los niños saharauis lo escuchan sin lágrimas.

Me detengo en el 2 de abril, el día que se conmemora a Andersen, y a todos los escritores de libros infantiles, y observo el lema y el cartel de esta edición:

‘Las historias son alas que nos ayudan a remontar el vuelo cada día’. La imagen es la de un niño o niña que, con un libro en las manos mira hacia el cielo surcado por una bandada de pájaros migratorios. Un hermoso mensaje, porque las historias, los cuentos, las palabras, una vez en el aire ya no son de nadie y son de todos, sobrevuelan los espacios sin importar las fronteras, anidan en los lugares más entrañables del ser humano, nos regalan su calor y su color, fantasías y sueños. Realidades amargas también, pues las historias, los cuentos, cuando son de verdad, no son azucarillos, sino pedacitos de vida.

De esto, dice mucho una mujer que ha estado presente en varias generaciones de españoles: Gloria Fuertes. 

Gloria sabía de las virtudes sanadoras de las palabras. Sabía de la magia que encierran y sabía que a los niños se les puede hablar de todo, porque ellos todo lo en­­­­tienden. Así, en sus poemas, entre versos, ripios y chistes, con mucho amor y mucho humor, les habla a los niños de la pobreza, de las desigualdades, del horror de las guerras, de la soledad, del hambre, del respeto al otro, del amor a los animales, del amor con mayúsculas.

Seguro que Gloria tendría un hermoso poema para todos los niños que, hoy por hoy, malviven en campamentos de refugiados.

A los adultos, Gloria regaló estas estrofas: “¡Ya está bien,/ que se va a helar! / ¡Tanto adorar al chaval/ y nadie tiene cojones/ de darle sus pantalones,/ su mochila o su morral. / Dejaos ya de misa y de litúrgica idiota/ que Dios está en pelotas/ desde que vino al portal”.