Zurdo contrariado

Durante mi infancia y adolescencia, recuerdo que no paraba de preguntarme cosas. ¿Por qué esto y por qué lo otro? Y no sé si se debía a la natural curiosidad infantil o que ya me cuestionaba desde pequeño por qué las cosas tenían que ser uniformes, monocolores y muy  represivas con los impulsos naturales que tenemos los chavales a esas edades. 

Está claro que no era consciente entonces de que vivíamos en una dictadura, con un sistema educativo reaccionario y autoritario, totalmente opuesto a las innovaciones pedagógicas que habían surgido durante la Segunda República. De hecho, recuerdo muy bien como mi primer día de clase el maestro, al verme escribir con la mano izquierda (la mano del diablo, según algunas culturas), me la cogió y tras darme con la regla en ella me espetó: “No, niño, no; no se escribe con la izquierda, solo con la derecha”.

Imagínense ustedes mi perplejidad, desconcierto y estupor ante tal hecho, que hizo que ya desde pequeño me preguntara a mí mismo por qué; si esa era mi inclinación natural. Desde entonces, soy lo que llaman un “zurdo contrariado”, aunque espero no haber perdido algunas de las cualidades que se le atribuyen a los zurdos, sobre todo las relacionadas con el arte, la música,  la cultura y el humanismo en general, que es de lo que me nutro habitualmente. En fin, tal vez ahí naciera mi impulso a cuestionármelo todo y a no creerme lo que se prescribía oficialmente en la escuela, en la sociedad e, incluso, en la familia. En este sentido, me viene a la mente la canción de Juan Manuel Serrat, “Esos locos bajitos”, donde dice:

“Esos locos bajitos que se incorporan

Con los ojos abiertos de par en par

Sin respeto al horario ni a las costumbres y a los que

Por su bien, (dicen) que hay que domesticar.

 

Niño, deja ya de joder con la pelota, niño

Que eso no se dice, que eso no se hace

Que eso no se toca…”

Desde entonces, un joven curioso y rebelde nació en mí y, por eso, no comprendo muy bien que algunas encuestas y un estudio reciente del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) revele que casi el 20% de los jóvenes españoles considera que la dictadura franquista fue "buena" o "muy buena".

Este dato es alarmante, ya que muchos de estos jóvenes no vivieron la dictadura y, sin embargo, expresan opiniones favorables hacia ella, lo que refleja una falta de comprensión de la historia y sus implicaciones.

Muchos educadores señalan que el franquismo no se enseña de manera adecuada, lo que contribuye a la falta de conocimiento crítico entre los jóvenes. Esto ha llevado a que algunos tengan una visión distorsionada de la dictadura, viéndola como una época de "reconstrucción" y "progreso". Las redes sociales también han jugado un papel crucial en la difusión de ideas revisionistas sobre el franquismo. Algunos jóvenes están expuestos a contenidos que minimizan los horrores de la dictadura y glorifican sus logros, lo que ha llevado a un aumento en la popularidad de discursos que apoyan el franquismo. Pero, como bien dice Iñaki Gabilondo: “Los jóvenes que hoy idealizan la dictadura no aguantarían ni un mes aquello”. Que lo sepan.

Cuanto menos sabemos, más rotundos somos. De hecho, analizando a personas con ideas controvertidas que chocan con la ciencia o con estudios históricos serios, se ha comprobado que cumplen con dos características: saben objetivamente menos y, paradójicamente, son los más seguros de sí mismos. El filósofo y escritor francés del Renacimiento Michel de Montaigne lo resumió hace siglos: “Nada se cree tan firmemente como aquello que menos se conoce”.

Intentar descubrir el porqué de las cosas no es una pérdida de tiempo, es la mejor manera de no terminar haciendo lo que otros quieren que hagamos. Los ciudadanos necesitamos conocer la cara oculta de las cosas y de los mensajes y titulares que recibimos a diario, muchas veces interesados y sesgados ideológicamente o, simplemente, falsos. Somos fáciles de engañar y hay muchísima gente dispuesta a tragarse el primer bulo que se echan a la boca.

Los tiempos actuales giran a gran velocidad y requieren grandes dosis de reflexión y cuestionamiento. Porque es más fácil engañar a la gente que convencerla de que ha sido engañada. Y es que, a veces, de Homo Sapiens tenemos poco y nos creemos a la primera todo lo que nos llega, demostrándose así lo poco crítica y lo escasamente bien informada que está la sociedad. Además, como refiere mi colega escritora Andrea Aranda: “A mucha gente le atrae lo doctrinario porque nos exime de pensar, y pensar, después de todo, siempre ha sido una forma de matar a Dios”. Y eso, para las mentes de muchos es una línea roja. ¡Por Dios!

Por eso, volviendo al niño curioso e inquieto de mi infancia, creo que aprender a descubrir la verdadera esencia de las cosas nos lo deberían transmitir desde pequeños, en la familia y en la escuela, pues en esa fase de nuestra vida es cuando más curiosidad innata tenemos y más preguntas nos hacemos.

En fin, la senda por donde deberíamos caminar es la de la búsqueda de la verdad, si no queremos vivir en una sociedad anestesiada donde, cada vez más, la verdad no importa y la democracia acaba convirtiéndose en un “reality show”, no en un instrumento de servicio al ciudadano y de convivencia en paz y libertad para ejercer mejor nuestros derechos y deberes democráticos.

Y los que hemos conocido la dictadura de primera mano estamos convencidos de que la democracia, como las flores, el amor y la amistad hay que regarla y cuidarla con esmero, dedicación y convicción. Si no volveremos a tener “malos tiempos para la lírica”, lo cual sería nefasto y descorazonador, hasta para un zurdo contrariado como yo.