Todos los caminos
Todos los caminos conducen a las estrellas; nuestra Ítaca, la de todos. Lo de Roma, además de anacrónico, ya es mera ósmosis. Cuando me asomo cada noche a contemplar el cielo, compruebo que las estrellas siguen ahí, las principales y más luminosas. Las demás hace tiempo que su luz ha sido engullida por la iluminación urbana; los cielos abundantes en estrellas sólo las veo en el cine, y con cierta sospecha de manipulación digital.
Andar por las estrellas es lo mío, desde hace mucho, mucho tiempo, y aunque en ocasiones parezcan aseveraciones recurrentes, me resulta imposible ignorar que somos una partícula más que conforma el universo. Partícula pequeñísima pero no insignificante; hasta el más inquieto e invisible electrón cumple su misión en la vastedad. Y en esa inmensidad se sumergen las almas creativas en busca de respuestas a las eternas preguntas. Creo que es raro que un músico, o poeta, no haya compuesto alguna vez un argumento teniendo como horizonte los misterios del cosmos y sus reverberaciones en nuestro planeta, como el caminante, se hace camino al andar...
Cuando estoy ante el virtuosismo percibo eso que llaman soledad cósmica pues, aunque sienta la certeza del esfuerzo, el ensayo inquebrantable, el logro de la excelencia, siempre dirijo el pensamiento hacia las estrellas necesitando comprender ese esplendor.
Hasta no hace mucho tiempo llevaba siempre conmigo el silbar, como adminículo necesario para no perder la conexión con la sustancia-música; pero la naturaleza va por otros derroteros (léase la vieja del garrote). Al menos el oído y el alma continúan intactos. La música fluye a sus anchas, y cuando surgen exquisiteces sonoras que detienen momentáneamente la respiración, no puedo evitar preguntarme una y otra vez de dónde proceden esas armonías que parecen únicas e irrepetibles. Cualquier etiqueta, adjetivo o argumento me son siempre insuficientes.
En el primer álbum que compuso nuestro hijo, Carlos, (firma como Lithos) titulado Home, en uno de los temas llamado Evolution, siempre que lo escucho sucede lo mismo: siento que me desplazo por la inmensidad del espacio, en silencio, sin temor, sin amenazas, en paz absoluta. Al preguntarle por esta cuestión simplemente dijo, “esa es la idea”. Y se quedó tan ancho... Lo que sucede en la mente del músico no tiene solución de continuidad, lo cual le otorga talante de infinitud, y es por ello que ando tanto por las estrellas buscando una explicación. En nuestro mundo hay demasiado ruido para hacer averiguaciones de esta índole: entre legiones de egos y huestes que buscan el beneficio, el músico genuino y su arte quedan diluidos como azucarillos; y hay que estar vigilantes para saborear su delirante dulzor.
Se que son muchos los seres que llevan a cabo un arduo e impecable trabajo y esfuerzos para alcanzar cumbres soñadas; no todos lo consiguen, pero lo que cuenta es el ‘intento’, que es lo que activa las conexiones para penetrar el misterio. Y es en ese intento donde reside la diferencia entre los que simplemente esperan, y los que ejercen la osadía de buscar.
La voz de María Callas es el perfecto ejemplo de singularidad que se torna corpórea para el asombro humano.