¿De quién es el mundo?
Cómo se puede ser negacionista ante lo que arde, se inunda y se destruye ante los ojos de todos. Pregúntese a los que han perdido sus casas, sus animales, sus tierras, toda su vida de resistencia y esfuerzos devoradas por la codicia del ‘dragón’; o la violencia intransigente de un arrogante Poseidón que ignora nuestra existencia; o del hombre transmutado en bestia, cegado por el oro.
Cuándo se va a tomar consciencia de que el mundo, la vida, es un ente compacto e indivisible –un reto incomparable, formidable– que nos atañe a todos. Repito: A TODOS.
Aquellos que hacen causa común con su decepción ante el mundo y, satisfaciendo venganzas íntimas de las que sólo ellos saben, se les ocurre hacer chispas en el extremo de la mecha (todas las mechas): “Si no soy feliz, nadie debe serlo”, podrían estar mascullando. Y se autoproclaman dueños del mundo; Nerones patológicos haciendo suyo el poder del fuego: fuego emboscado o fuego encañonado, a cual más lesivo y destructor de la vida; vidas que no les pertenecen.
Absolutamente nadie está legitimado en el planeta para usar el fuego como elemento destructor. Es un atributo del planeta al igual que el aire, el agua o la piedra. Solo con respeto es consentido. No es una ingenuidad lo que expongo. A pesar del tiempo transcurrido, la especie humana no ha comprendido todavía los dones recibidos de la madre tierra que ampara nuestra supervivencia en un universo poderoso y misteriosamente hostil. Qué sentido tiene la vida si se consiente a los seres oscuros destruir sistemáticamente nuestro mundo. Políticas cobardes del mundo que no ponen sus dedos en las llagas más sangrantes porque temen mancharse; demasiados escrúpulos ante la sangre que derraman los demás: los olvidados, los invisibles, los bienintencionados, los amantes de la Vida, con mayúscula. Y los hay esperanzados a que del cielo vengan ángeles con espadas flamígeras a solventar nuestros desconsuelos. Pero solo tenemos audaces bomberos con espadas de agua, como nos ilustra Margarita García-Galán en su Cuento para dos princesas (2008).
Y ahí andan, los que se supone que deciden por el bien común, de refriega vergonzante para demostrar quién miente más y mejor. Pudiera parecer que el mundo solo les importe cuando alguien activa un micrófono o una cámara; o una cuenta corriente abultada. Les importa la opinión pública, y esa pública opinión ahora está clamando en las calles contra ese más que público sufrimiento de sus bosques; nuestros también en el corazón y en el pensamiento, porque por alguno de ellos hemos transitado alguna vez y nos hemos traído el asombro en la mochila.
En esta ocasión no menciono a mis queridas estrellas. Deben tener los ojos enrojecidos (imagino) con tanta humareda planetaria. Imágenes satelitales muestran una veladura inquietante y espectral que se desliza a lo largo y ancho del hemisferio norte. En nuestro cielo de Málaga ya se percibe la turbiedad.
La vida arde. Desde el cielo, con el poder del sol que traspasa la adelgazada atmósfera protectora debilitada por la codicia; negada por los que no aman la vida si no es para saquearla. Y arde desde el suelo, ante nuestros atónitos ojos, como si de una pesadilla se tratara. Pero las pesadillas no queman, no destruyen ni arrebatan al monte su abrigo de bosques espléndidos, pacíficos, indefensos. Estas palabras no son pasado, sino futuro que siempre será presente.
Nunca mais. ¡No a la ignorancia planetaria!
A fecha de hoy, ya han sido extinguidos los incendios, pero las consecuencias aún siguen doliendo. Y lo harán por mucho tiempo.