Estrella de la mañana

El lucero, en el alba, es un faro al que no se mira de forma adecuada. En ocasiones hasta se nos antoja una anomalía en el cielo, como si ese no fuera su lugar, como una esfera de luz solitaria que anduviera perdida en el espacio y se aproximara a nuestro planeta necesitando compañía.

También llamada Venus, su nombre planetario, ha sido objeto de leyendas, historias de carácter sagrado, cuentos, músicas y canciones... En uno de esos cuentos, Los sueños del sapo, nos dice Javier Villafañe, titiritero y poeta argentino, que “el lucero del alba nació para que los gallos no se quedaran dormidos al amanecer”.

También se la puede ver tras en el atardecer. Pareciera que le costase alejarse de nuestra presencia en el cielo.

Echarse a la calle poco antes del amanecer se me antoja la estrella de la mañana como antorcha que prende el poderoso horizonte de luz que se presta a mostrar la aurora. Entonces, la sensación al contemplar el día naciente es como un augur de acontecimientos nuevos e ilusionantes, aún sabiendo que esas iluminadas esperanzas morirán al ocultarse el sol. Por eso, tal vez persista la estrella con su presencia cuando llega la noche, en reconfortarnos, recordándonos que más pronto que tarde un nuevo amanecer nos las traerá de vuelta, como eterno destino inalcanzable.

Caminar por las calles dormidas en el amanecer, tratando de adivinar el sueño de los durmientes, es el equivalente a preguntar a las estrellas cuál es su función, su propósito de permanecer tan largamente en esa inmensurable oscuridad, presumiblemente alimentando nuestras fantasías con su brillar permanente; las más recónditas fantasías humanas.

El cantante y compositor Simón Díaz, en su canción Mi querencia, refiere al lucero del alba de la siguiente manera:   “Lucero de la mañana / préstame tu claridad /para alumbrarle los pasos / a mi amante que se va. // Si pasas algún trabajo / lejos de mi soledad /dile al lucero del alba / que te vuelva a regresar; / dile al lucero del alba / que te vuelva a regresar.”

Cada mañana, al contemplar el cielo, vemos a la estrella de la mañana como testimonio obstinado de que el universo sigue estando; para ti, por ti, debido a ti, porque eres quien le otorga la existencia. Cuesta entenderlo. Somos los dioses que hacemos que todo exista; somos la Maya creadora e ilusionista que se expande dentro de un gigantesco sueño. Al despertar, nos descubrimos en un templo con gente alrededor elevando plegarias y deseándonos un feliz viaje hacia una dimensión desconocida. Hemos estado tanto tiempo anclados a una forma de ver la existencia... Hasta que reconocemos nuestro verdadero hogar y origen. Es todo esto lo que me susurra la estrella de la mañana con su poderosa luz y cercanía. Pero entonces me vienen a la memoria esos monstruos que destruyen la vida con sus bombas y misiles y descubro que no pertenecen a nuestro mismo sueño, que son entidades que se han infiltrado perversamente procedentes de los yermos más abyectos del cosmos, aunque hayan nacido aquí y tengan nuestra misma apariencia.

 Porque al entreabrir los ojos, sigo viendo escombros y sangre por todas partes; y no es una ilusión. Eso no es Maya.