Ectoplasma de tinta
Oídos sordos. La mirada puesta en ninguna parte. La boca silenciada. Porque está hablando pensamiento.
Cuando pensamiento congrega a intuición, imaginación y fantasía, el mundo real se esfuma, parece que no existiera, sólo las imágenes que tan singular asamblea proyecta en la mente suspendida y desatenta de los sentidos. En realidad, más que imágenes, es un conglomerado con vida propia que se fusiona entre sí, calmosamente, ávido por saltar a la vida. Es entonces cuando el ser siente el pellizco ineludible por tomar una pluma, un lápiz o un teclado. Aparece la escritura como ectoplasma de tinta ante los ojos: se está materializando el espíritu que nos habita y nos habla. Y siento el sagrado deber de escuchar.
Puede aflorar un poema; una abstracción que sólo saben interpretar los ángeles, o no; un texto lírico que abraza el corazón; un grito de justa indignación dirigido a la maldad del mundo.
Escribir es un acto de contemplación. En ocasiones, de redención. Siempre, una necesidad del ser. Digan lo que digan. La necesidad de manifestar el desacuerdo, la oposición o la rabia frente a cuanto se manifiesta en contra de la vida; nuestras vidas. Y para ello sólo disponemos de la palabra.
Llegados a este extremo ya debe saberse (supongo), que estoy todo el tiempo refiriéndome a la escritura creativa, la que evoca el libre pensar. Lo escrito de manera fría y calculada, manipulada, es otra cosa. Es como usar las ramas podadas de un árbol como armas para agredir, en vez de leña para calentarse, por muy inteligentes y deslumbrantes que nos las muestren (las palabras de marras). En estas escrituras siempre hay maldades bien camufladas entre sus líneas. Escritura, no para conmover, sino para despertar miedos o adhesiones: el uso abyecto de la palabra. Y de esto hay hiperabundancia en este tiempo; sin disimulo, sin pudor, sin temor a consecuencia alguna; sin vergüenza alguna. La palabra como arma de destrucción masiva. Palabras que no son ectoplasma que brota del ser como substancia creadora del libre pensar.
Profetizaron, hace tiempo, las escrituras (llamadas sagradas), que “llegarán lobos disfrazados de corderos”. De un tiempo a esta parte me parece ver un cambio en la indumentaria de aquellos que se empeñan en seguir pareciendo corderos sin ser conscientes de que se están uniformando con otra suerte de disfraz lobuno; las palabras siguen siendo las mismas, pero más feroces.
Vemos a personas (personajes) a quienes se les suponía inteligentes, creativos, empáticos, arrogarse discursos incendiarios inesperados, inconcebibles, que me llevan, ineludiblemente, a suponer con certeza innegociable que se han vendido a un postor que paga generosamente sus servicios, porque, como tales personajes, ya se veían desdibujados en su mundo de famoseo. Todo por la pasta. El neoliberalismo que se empecina en adueñarse del mundo, destruyéndolo antes de forma delirante. Pero vendiéndonos, con delirantes ofertas, toda suerte de libre felicidad. En la otra mitad de la pantalla, las vidas desechadas bajo polvo y sangre.
Más que nunca necesitamos la implicación de Natura, la madre de todos, y el poder insondable del universo. No es posible que en uno de sus planetas se esté gestando una maldad destructiva de tal envergadura y no haya una respuesta regeneradora. En defensa propia, señorías.