Viajar con Machado

Del brazo del recuerdo de un poeta inmortal, que siempre me emocionó con sus versos, he recorrido, como un viajero más, las ciudades hermosas que ahora, después de caminar de la mano del hombre que era en el buen sentido de la palabra bueno, me parecen más hermosas todavía.

Sevilla, Madrid, Soria, París, Baeza, Segovia, Barcelona, Rocafort, Collioure, lugares donde vivió Machado que guardan su huella imborrable. Las ciudades de Machado es el libro que recoge las vivencias de su paso por ellas y me ha invitado a perderme, leyendo, por esos rincones entrañables que una vez le vieron vivir. Un libro muy bien editado, con papel suave y preciosas ilustraciones; un libro de los que llenan el alma y te invitan a pensar. Me lo recomendó un amigo sensible a la cultura y amante de los libros, sabiendo que su lectura, llena del sentir del poeta, me iba a gustar. Y así, viajando verso a verso, recorro esos lugares que guardan su esencia, sus recuerdos, sus amores, sus tristezas, desde que fuera niño en Sevilla. Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla / y un huerto claro donde madura el limonero. El olor a azahares me embriaga, y me envuelve la añoranza de ese huerto claro que nunca olvidó el poeta. Que sigue floreciendo en el recuerdo, perfumando su memoria para siempre. Las páginas del libro cobran vida y me acercan a sus raíces, a los aromas de esos días azules y ese sol de la infancia que fueron su último verso.

Sigo mi paseo por las ciudades que frecuentó Machado y se me hacen grandes, inmensas, imaginando al poeta con su torpe aliño indumentario caminando por ellas, sintiendo el vértigo de esos amores inmensos que marcaron su vida y tan bellamente nos dejó escritos. Leonor, su esposa, su gran amor; Giomar, su musa, su amor secreto. Flechas que le asignó Cupido y que hicieron diana rotunda en su ancho y sensible corazón de poeta. Sevilla, Soria, Madrid, Baeza..., he paseado por alguna de ellas de distinta manera; ahora, viajando en el papel, se me hace corto el camino sintiendo a mi lado el latido de quien escribiera el más bello poema a un olmo viejo,  hendido por el rayo y en su mitad podrido / con la lluvia de abril y el sol de mayo / algunas hojas verdes le han salido... Un olmo seco  que siguen frecuentando los poetas para leer sus versos.

En París hago un alto, me recreo en el tiempo y en su bohemia, y siento un regusto especial. Cierro los ojos y recuerdo que también paseé su romántica belleza del brazo de un amor. La ciudad de la luz brilló para mí como nunca. Pasear por la orilla del Sena entre libreros, ojeando libros viejos y recuerdos de la belle époque y navegar bajo los puentes  en un barquito oyendo el eco lejano de la La vie en rose que alguien cantaba. El libro me enseña esa estampa del Sena que yo disfruté mucho tiempo después de que el poeta y su esposa Leonor fueran allí tan felices. Me emociona recorrer esos lugares que me saben a verso y me acercan más  a su alma. Sus comienzos, sus éxitos, sus fracasos, su vivir difícil en un tiempo oscuro que obligó a tantas mentes brillantes, como la suya, a alejarse de su país por aquella 'guerra incivil' que tanto sufrimiento provocó y que sigue doliendo todavía. El libro nos lo cuenta recorriendo las ciudades que guardan jirones del alma de “un hombre de mundo, con aire de intelectual, republicano e izquierdoso”.

Poeta, filósofo, profesor, autor de versos inmortales que se hicieron canción y nos enseñaron que se hace camino al andar. Me sobrecoge imaginarlo con su andar cansado, su sombrero y su bastón por las calles de Collioure, triste, pensativo, echando de menos esos días azules y ese sol que iluminó su infancia. Allí lo encontró la nave que nunca ha de tornar, ligero de equipaje, como escribió en su verso. Bajo una tierra que no era la suya, descansa para siempre en una sencilla sepultura llena de flores, de banderas y de versos. Especialmente emocionante la visita que le hizo en soledad Pau Casals. Él y su violonchelo, en el silencio frío del cementerio, interpretaron para el poeta El canto de los pájaros, una hermosísima canción de paz.

Viajar con Machado, hacer camino con él por las páginas de un libro que lo recuerda, ha sido muy gratificante. Un libro hermoso, vivo, con texto de Carlos Aganzo y dibujos de Daniel Parra. Un libro de los que palpitan entre las manos, que nos llena el alma de belleza y nos eleva por encima de lo mediocre hasta el infinito. Y nos  hace pensar que, lejos del estruendoso coro de grillos que nos rodea, sigue latiendo una música excelsa que, como los brotes verdes del olmo viejo, espera un milagro de la primavera. Ojalá que los poetas sigan cantando a la vida. Que no paren nunca de cantar, que su canto nos hace olvidar la vileza humana, inmisericorde, que nos borra la belleza y nos roba la paz. Con un suspiro hondo cierro el libro. Miro el gesto serio de Machado y recuerdo su verso. Y en mi tarde silenciosa, a solas con mi sombra y con mi pena, espero ese milagro.