La pérdida de la confianza

Victoria Camps, catedrática de filosofía moral y política, en su ensayo La sociedad de la desconfianza expone su preocupación moral, y se hace la pregunta: ¿qué pasa cuando dejamos de creer en lo común? Hace un análisis del presente y de la sociedad herida de individualismo, precariedad y desencanto. Nos invita a preguntarnos: ¿qué hacer? Nos hace una propuesta: la de reconstruir la ética, que nos permita confiar, cooperar y convivir.

Y nos dice que el desencanto produce la pérdida de la confianza, debido a las crisis económicas y sociales a las que nos  tenemos que enfrentar. Crisis que provocan malestar. Pero, al mismo tiempo, son ocasiones óptimas para la reflexión sobre posibilidades de mejora. Una reflexión que tiene una dimensión ética importante, puesto que descubre rasgos esenciales de la condición humana: las zonas más sombrías y vergonzosas.

Victoria Camps  nos invita a preguntarnos ¿qué debemos hacer?  La respuesta a la pregunta nos muestra la doble motivación  que tenemos como ser humano: la del deseo, que es irreflexivo, y la limitación de ese deseo si seguimos el imperativo ético. Esto conduce a descubrir el porqué del mal en el mundo, o de la desviación de la humanidad de la senda que debería seguir. Que tanto la filosofía como el mito han querido explicar: “Seréis como dioses”, le susurra la serpiente a la pareja del Paraíso, y el hombre y la mujer ceden a la tentación de transgredir la norma divina, porque les arrastra el poder y la ambición de saberlo todo, a la de ser inmortales y de no sufrir.

Prosigue argumentando la autora que en el momento de actuar se nos plantea el concepto de libertad: “Ser libre es poder decidir cómo vivir con las únicas restricciones que impone la ley (ética). La libertad liberal que consagra la soberanía individual, en la que el individuo es libre de hacer lo que quiera con una sola limitación: la que le prohíbe hacer daño a los demás, la que le obliga a convivir con la libertad del otro”. 

Para que una democracia se consolide es necesario que garantice los derechos establecidos, un clima de creencias, valores compartidos, y diseñar el bien común. Dicho de otra forma no hay demos (pueblo) sin ethos (ética).  

Para tener confianza o bien recuperarla hay que enfrentarse a las crisis económicas y sociales, como expresan los economistas Daron Acemoglu y James A. Robisón, premios Nobel, en su libro El pasillo estrecho: El Estado debe actuar de manera no despótica y contar con una sociedad que se organiza, participa y exija rendición de cuentas a los gobernantes.

Lo triste es cuando se da la polarización de bloques económicos - políticos enfrentados, que pierden la visión de Estado, porque ataca el avance del bienestar de la democracia.

Hay otro problema que se da como consecuencia de la polarización y el desencanto político, y es la apatía en la que se cae; y ello produce  una carencia de ‘cultura política’. Y con este concepto  de carencia de ‘cultura política’ me quiero referir a la pérdida del verdadero sentido de la palabra ‘político’, como servidor del pueblo. Decimos: “Todos son iguales, sin distinción alguna”. Y olvidamos que depende de nuestra actitud y exigencias, porque es nuestra participación y manifestaciones las que pueden cambiar el rumbo del malestar. Para ello hay que mantener ‘la cultura política’ que nos facilite juzgar bien; diferenciando los bulos y las malas acciones  de una buena gestión política. Participar con nuestras acciones.

Y como dice el poeta: “Yo creo en el hombre, en la mujer /cuando se unen y se sienten humanidad. / Entonces me siento parte de ti. Soy mujer, soy hombre.