El payaso de las bofetadas
La tarde en que mi hermano Pepe y yo vimos el circo por primera vez, mis padres habían sacado las entradas en la fila más cercana a la pista, de manera que casi podíamos tocarla. De esa experiencia salí con una sensación agridulce, porque, aunque quedé deslumbrada por las lentejuelas y estrellitas con las que las equilibristas nos hacían guiños mientras daban volteretas sobre unos caballitos que brillaban tanto como ellas; el número de los leones apenas lo vimos; asustados como conejillos, nos escondíamos bajo la silla con los dedos a modo de persiana; y con el de los payasos me puse tan triste que salí del circo llorando. No podía entender cómo todos se reían a carcajadas ante las bofetadas y puntapiés que uno de los payasos recibía de su compañero. ¡Cosas de niña pequeña! Mi padre, que no podía verme llorar, trató de secarme las lágrimas llevándonos a ver a los elefantes; y con unos cacahuetes en la palma de la mano, pudimos sentir el tacto tibio y húmedo de sus trompas. Ese contacto alivió mi pesar, aunque no paré de preguntar por qué la gente se reía cuando un payaso pegaba a otro.
Más tarde, comprendí que el número circense no era más que la expresión de la divergencia entre el pragmatismo y el idealismo, entre el beneficio económico y el espiritual; todo ello llevado al extremo. Por eso quien da las bofetadas siempre será el payaso más elegante, el que va mejor vestido, el que parece haber triunfado; mientras que quien las recibe será el pobre de camiseta raída que siempre mete la pata porque se entretiene con el vuelo de una mosca, contando los pétalos de una margarita o queriendo aletear a la par que una mariposa.
Allí estaba León Felipe, hablándome del Quijote, comparándolo a un payaso y soplándome al oído “claro que, todos los redentores del mundo han sido locos y derrotados… y payasos”.
¡Qué sería del mundo sin los soñadores; sin los Quijotes! ¿Qué sería del mundo sin los luchadores; esos que saben ver que en la figura del molino está presente el gigante?
Esta mañana, me ha dado por pensar en el bucle de pesimismo en el que estamos instalados. No niego la evidencia, vamos por muy mal camino y es muy difícil ver la luz en un mundo que se nos muestra más y más oscuro.
Sin embargo, la luz está aquí, siempre ha estado. Frente a los que quieren hacernos ver que no hay lugar para los sueños; que los ideales se han diluido, que no hay Ítacas a las que dirigirse, yo quiero ofrecer resistencia. Sé que el mundo está lleno de Quijotes; de héroes payasos que lloran porque han pisado un lirio; de hombres y mujeres valientes que están presentes en los puntos más peligrosos del planeta ayudando a los que los necesitan; de personas que, con pequeños gestos, hacen de sus pueblos y ciudades lugares más dignos, más habitables, más humanos.
También hay quienes se ríen de ellos; quienes los consideran objeto de burlas y escarnio; y como hicieran con el Quijote, les cuelgan un rótulo, una etiqueta que sirva de mofa a los demás. Están los que teclean las bofetadas esperando la risa. ¡Que se rían!
Mientras ellos ríen; los que han sabido limar divergencias para perseguir sus sueños, los que saben que para vivir en paz sólo basta con ser coherentes, siguen su camino.
Hay algo indestructible que alienta a las personas comprometidas con la vida. Han estado presente en toda la historia de la humanidad y lo seguirán estando. Yo me dejo llevar por esta idea; pienso en las bofetadas que me han sido adjudicadas y regalo al aire mi sonrisa.