Pensamientos: la calma de no saber

La violencia en el espíritu la siente quien persigue con obstinación la respuesta, quien se lanza a la búsqueda encarnizada, atrapado en la urgencia de nombrar lo innombrable y de comprender lo inabarcable. En cambio, aquel que habita la interrogación desde la curiosidad, sin la expectativa de una revelación y sin la ansiedad de la certeza, convive con la ignorancia de manera serena. Acepta, como decía Nietzsche, que lo desconocido es lo que más aterra al hombre, aunque se empeñe en apresar cada sombra con respuestas arquetípicas que nunca logran sostener el peso de la realidad.

La iluminación no reside en la acumulación de certezas ni en la fijación de nombres. Reside en el tránsito por el no saber, en la capacidad de permanecer pacífico en el lodo del estanque, sin intentar purificar el agua. Cada pensamiento difuso, cada idea incierta, se convierte en un elemento que fluye dentro de un ecosistema natural. Las carpas nadan indiferentes entre lo que se es y lo que no se es, y el equilibrio no exige que se elimine lo turbio. Permite habitar plenamente la totalidad de lo que surge, sin juicios ni ansias de control.

El cuerpo tiene una estancia limitada. Está sometido al tiempo que lo constriñe y a la forma que lo delimita. En cambio, el alma es vasta y atemporal. Transita por espacios superiores donde no se hallan respuestas, sino un orden que las contiene. Distintas materias coexisten hasta el día de su separación. La membrana que une lo finito con lo eterno se desadhiere lentamente y permite que las preguntas, que nunca pertenecieron a este mundo, se disuelvan en otra naturaleza, en otro orden. Así queda espacio para la armonía entre la inquietud y la quietud, entre el verbo y el silencio, entre lo que se sabe y lo que se intuye.

El hombre que pretende poner palabras precisas a aquello que es verbo jamás encontrará la indicada ni la idónea. No existe palabra correcta que capture el fluir del ser. En la inmensidad de esta posibilidad se encuentra el reposo. Un descanso que no anula ni extingue, sino que permite que ambas esferas se unan. Lo finito y lo eterno se entrelazan. En esa intersección sutil y perfecta surge la danza silenciosa entre la vida y la muerte, entre lo que se revela y lo que permanece en misterio.