Menos flores

Creo que una de las cosas que más miedo me da al pensar en la muerte es saber quién me quiso de verdad. A veces me imagino en una cama —no sé si en un hospital, en mi casa o en alguna otra—, rodeada de gente que quiero. Y me pregunto: ¿quién estaría ahí de verdad? Y lo que más me asusta: ¿con qué actitud? ¿Con lástima, pena… o por compromiso?

He ido a pocos entierros. No por pudor ni por miedo, sino porque creo que solo hay que ir a los que duelen de verdad. Esa pregunta sobre quién estaría conmigo al final no es más que el reflejo del miedo que tengo hoy: saber quién está cuando más los necesito.

Esa cama simboliza un punto de inflexión. Un recordatorio de lo inevitable. Un ensayo del futuro que todos intuimos, pero que la muerte cubre con un velo para hacerlo más misterioso, más dramático. Entonces miro alrededor y hago recuento, como quien revisa las balas de un arma para asegurarse de que no fallará al disparar.

¿Cuántos de ellos estarían ahí, presentes, dolidos? ¿Cuántos me sostendrían cuando yo, sola y desconcertada, decida cruzar el umbral?

Y el presente, cruelmente, es la respuesta. Ahí nace el miedo: en entender que lo que temo del futuro ya está pasando ahora.

Las preguntas aparecen porque hay una falta, una duda o un exceso de respuestas vacías. Porque sabes… y no sabes. Porque la vida sorprende: a veces con una mano que te ayuda, un hombro que te calma o un oído que escucha lo que otros ignoran.

No sé cómo será el final, pero sospecho que morimos como vivimos. Y eso, quizá, es lo que más me aterra.

La violencia de unos ojos que buscan una salida. El cuerpo que se aferra con uñas y dientes a una vida que siempre fue un enigma. Quizá solo sea una parada más. O tal vez un viaje con principio y fin.

Ahí es donde la fe y la esperanza rascan la oscuridad buscando luz; donde la alegría se vuelve refugio y la compañía, alivio. Nos llenamos de cosas, de experiencias, como si eso fuera lo que nos llevamos. Pero… ¿y el amor? ¿Dónde se guarda? ¿Viaja con nosotros? ¿O se queda aquí, en quienes lo sintieron?

Surge el miedo. Esa incomodidad del alma que busca un remedio para los golpes que no se ven. En esa cama, miro alrededor, hago recuento… y pienso: ¿Quién será la bala final?

¿Quién será quien me deje, otra vez, sola frente a algo que nadie me enseñó a enfrentar?