El sueño de Morfeo

¿Lo estandarizado nos moldea? Seguramente al leer este título te hayas respondido a ti mismo sin saberlo. ¿Hasta qué punto lo estandarizado incide en nuestra cultura, moldea nuestra sociedad y, en consecuencia, nos moldea a nosotros mismos? Esta pregunta, que puede parecer pesada para empezar un texto, no surge de una abstracción teórica sino de algo mucho más concreto y cotidiano: caer en la cuenta —o más bien redescubrir—, que cuando hablamos de dormir y de soñar solemos invocar a Morfeo, cuando en realidad el dios del sueño es Hipnos. Y ese desliz, tan pequeño y tan extendido, dice mucho más de nosotros de lo que parece.

Hipnos es el sueño. El acto de dormir, el apagarse, el cruce entre la vigilia y la noche. Morfeo no. Morfeo es uno de sus hijos, uno de los Oneiros, encargado específicamente de los sueños con forma humana. Hay otros: Fobetor, ligado a las pesadillas y a las formas animales; Fantasos, a los sueños irreales, imposibles, sin lógica reconocible. El sistema es claro, preciso y bastante sofisticado. Sin embargo, culturalmente lo hemos reducido todo a un solo nombre. Soñamos: Morfeo. Dormimos: Morfeo. Caemos rendidos: Morfeo.  La memoria colectiva e individual tiene preferencias sonoras, rítmicas, y por eso,  Hipnos quedó relegado a una nota a pie de página, si es que aparece.

Esto no ocurre porque seamos incapaces de entender la complejidad, sino porque la transmisión cultural tiende a simplificar, ya que para que algo se expanda necesita ser fácil de recordar, fácil de repetir y fácil de reconocer. Morfeo cumple con eso mejor que Hipnos. Hipnos ofrece una escena: es el momento de apagarse, el tránsito, algo difuso. Recordamos personajes, no umbrales. Morfeo en cambio tiene una imagen clara, un nombre sugerente, una tradición literaria fuerte. Morfeo se asocia a formas, escenas, rostros, relatos: El cerebro recuerda mejor aquello que puede visualizar: Funciona como símbolo, y el símbolo, cuando se estandariza, desplaza al sistema del que proviene.

La memoria recuerda mejor sonidos fluidos y familiares: «Mor-fe-o» tiene una estructura silábica abierta, vocales claras y un ritmo casi musical. Se pronuncia sin cortes bruscos.
«Hip-nos», en cambio, termina en un grupo consonántico cerrado («-pnos») que exige más esfuerzo articulatorio, sobre todo en español. Aunque la realidad, es que suena peor porque fue descartado por poetas, artistas y literatos.

De lo que me hago eco es que el problema no es solo la pérdida de precisión, sino que, al simplificar, empobrecemos la mirada, dejamos de distinguir entre dormir y soñar, entre el estado y el contenido, entre el hecho biológico y la experiencia simbólica. Todo se aplana, pierde relieve y profundidad, y cuando esto ocurre, dejamos de hacernos preguntas. Ya no importa qué tipo de sueño fue, ni desde dónde se produjo. Basta con nombrarlo.

Ahora bien, sería ingenuo pensar que esta simplificación es solo negativa. Precisamente porque empobrece, une. Al reducir un sistema complejo a un símbolo compartido, creamos un lenguaje común. Decir «en brazos de Morfeo» no es correcto desde el punto de vista mitológico, pero es efectivo desde el punto de vista comunicativo. Todos entendemos a qué se refiere, no hay que explicar, no hay que matizar, no hay que detenerse. Y ahí, me asaltan mis dudas: «La próxima vez que escriba, ¿pondré a Morfeo o a Hipnos?»

Y justo me asalta otra incomodidad: ¿estamos abandonando riqueza por pereza o por hacernos entender «fácilmente»? En parte, sí. Pero no solo por pereza, también por necesidad. No todo el mundo quiere —o puede— sostener la complejidad todo el tiempo. La cultura popular no es un tratado, es un acuerdo mínimo. El prejuicio surge cuando olvidamos que es un acuerdo, y lo tomamos como verdad completa. En mi caso, el rescate de Hipnos no me hace querer corregir a todo el mundo ni eliminar a Morfeo del lenguaje, sino escribir este pensamiento, esta nueva mirada sobre qué significa «cultura», y me gusta que sea acuerdo... pero con matices.

Me hace ser consciente del mecanismo. De cómo una figura secundaria puede ocupar el lugar central simplemente porque resulta más cómoda, y de cómo repetimos eso en muchos otros ámbitos: ideas políticas simplificadas hasta volverse consignas, emociones reducidas a etiquetas, identidades comprimidas en categorías manejables, porque la estandarización no es neutra. Nos facilita la vida, pero también nos moldea a no profundizar. Nos da un punto de encuentro, pero al precio de perder matices. El riesgo no está en usar símbolos simples, sino en olvidar que lo son, y creer que nombrar es comprender.

Quizá no debamos volvernos puristas ni exigir exactitud constante, sino recuperar cierta conciencia crítica y saber que cuando decimos «Morfeo» estamos usando un atajo. Que detrás hay una estructura más rica, y que, si alguna vez queremos entendernos mejor —a nosotros, a nuestra cultura, a lo que soñamos—, vale la pena detenerse un momento y recordar que antes del relato, antes de la imagen, antes del símbolo, está Hipnos. El sueño en sí. El umbral previo a cualquier forma.