El día del apagón
FRANCISCO MONTORO.- Pasará a la Historia, y lo recordaremos, y nos asustará su recuerdo… El apagón general de la Península Ibérica del 28 de marzo de 2025, ha sido sorprendente, inesperado, descomunal y… una advertencia para todos.
La posibilidad de un apagón eléctrico general representa un escenario crítico que nos obliga a reflexionar sobre la fragilidad de nuestra sociedad moderna y su dependencia casi total de la electricidad. Vivimos en un mundo hiperconectado y digitalizado, donde la energía eléctrica no solo alimenta nuestros hogares y empresas, sino también los sistemas de comunicación, transporte, salud, y abastecimiento. Un corte de energía prolongado no es simplemente una molestia; sino que desencadena una crisis humanitaria, económica, social… de grandes dimensiones.
Desde el punto de vista social, un apagón nos enfrenta a nuestra vulnerabilidad. La pérdida de iluminación, calefacción, refrigeración o acceso al agua potable tiene un impacto inmediato, especialmente en los colectivos más vulnerables. Las personas mayores, los enfermos crónicos y quienes viven en zonas rurales que, repentinamente, quedan aislados o sin asistencia básica. Además, al fallar las redes de telecomunicaciones, se dificulta la coordinación de emergencias y la difusión de información veraz, abriendo la puerta al caos, al miedo, a la desinformación, a los bulos...
Económicamente, las consecuencias se prevén devastadoras. Industrias, bancos, supermercados y comercios dependen de sistemas automatizados que dejan de funcionar. Un apagón prolongado, más prolongado que el de ayer, podría paralizar el país, interrumpir cadenas de suministro, causar pérdidas millonarias y generar desempleo a corto y medio plazo.
Es evidente la necesidad urgente de modernizar las infraestructuras eléctricas, diversificar fuentes de energía y reforzar los sistemas de respaldo.
Pero el apagón, también, plantea preguntas éticas y ambientales. ¿Estamos preparados como sociedad para un evento así? ¿Qué grado de responsabilidad tienen los gobiernos y las empresas energéticas en garantizar la seguridad del suministro? ¿Cómo podemos hacer frente a estos riesgos sin agravar la crisis climática?
En definitiva, pensar en un apagón general no es caer en el alarmismo, sino aceptar una realidad posible, de la que acabamos de tomar conciencia, y tomar medidas preventivas, si las hay. Es necesario fomentar una cultura de adaptabilidad energética, impulsar, aún más, el uso de energías renovables, fortalecer la educación ciudadana sobre emergencias y, sobre todo, recordar que el progreso no se mide solo en tecnología, sino también en nuestra capacidad para adaptarnos, cooperar y protegernos unos a otros ante la adversidad.
En este punto, en el de ayudar a los que se encuentran en momentos de riesgo, nuestro país ha mostrado -como lo hizo en la pandemia, en la Dana…- que es en una de las cosas que mejor estamos preparados. Salvadas las excepciones, los españoles, miles y miles de ellos, dieron ayer muestras valiosísimas de solidaridad. Me siento orgulloso de ser español.
MARGARITA GARCÍA-GALÁN.- Entre cojines desordenados, cables revueltos y el gato merodeando curioso entre el ajetreo de una mañana más, esperaba dejar todo listo para sentarme después en mi sillón de lectura, a seguir viajando entra papiros por el universo de libros que me enseñaba que el infinito cabe en un junco. Me acompañaba la música excelsa de un aria de ópera. Radamés cantaba su amor a la Celeste Aida y pensé, una vez más, que la música me salva del desconsuelo de este mundo raro. Pero el tenor se calló de repente, y pensé que algo mal habría hecho yo recolocando los cables detrás del sofá. Y empezó el trasiego de vecinos por los pasillos subiendo y bajando escaleras. Nadie tenía luz, todo el barrio estaba igual, y empezaron las noticias, sorprendentes unas; inquietantes otras. Esto era un apagón general en toda regla. Desde mi ventana, el ambiente en la calle era de estupor, un ir y venir de gente haciendo preguntas y empezando a formar cola para entrar al supermercado. Había que comprar agua y otras cosas necesarias, una especie de kit de supervivencia “por si acaso”. Por si esto era el principio de algo serio.
El apagón se alargaba, las teorías variadas, algunas grotescas, calentaban el ambiente, ya de por sí enrarecido por el estruendo constante de esos tambores de guerra que cada vez suenan menos lejanos. Sobre las cinco de la tarde, en mi casa de Málaga se hizo la luz. Todo volvió a la anormal normalidad que nos rodea últimamente. El apagón, envuelto en cierto halo de misterio, nos ha dejado un poco perplejos y llenos de incertidumbre. La luz ha vuelto, pero aún no vemos claro el horizonte, tal es el panorama tormentoso de un cielo gris donde cada vez brillan menos las estrellas. No quiero dejarme abatir, pero todo es tan incierto, tan oscuro, tan descorazonadoramente revuelto...
Vuelvo al libro. Sigo viajando en la gratificante y suave alfombra hecha de juncos que me pasea por el maravilloso mundo de los libros. Con ellos me elevo por encima de la tristeza y la insensatez humana. Después del apagón, Radamés vuelve a cantar su amor por Aida y mi gato dormita plácidamente al sol en su cojín ajeno a las absurdas batallas humanas. Entre luces y sombras pienso en lo maravillosa que sería la vida sin tanto mediocre dirigiendo los destinos del mundo. Un mundo apasionante lleno de historias infinitas que caben realmente en un junco. Un mundo hermoso, con una primavera exultante que nos alfombró de flores la generosa lluvia de abril. Un mundo de cloroscuros que se nos apagó por unas horas y nos hizo sentir lo tremendamente vulnerables que somos.
Ojalá que su luz infinita no se apague. Ojalá que el mundo siga girando.
EMILIA GARCÍA.- Se nos fue la luz y pensamos que era algo puntual hasta que unos minutos después mi hijo Carlos nos dejó el único mensaje que entró en el teléfono de mi marido. El mío se había quedado mudo.
El apagón era general en España y Portugal, fue el escueto mensaje y el único contacto que pudimos mantener. Sinceramente, sentí preocupación y angustia, y, por qué negarlo, algo de miedo también. Sentí la dependencia extrema que tenemos de la electricidad. Desde el prepararse un café hasta poder disponer de efectivo. Desde poder ducharse o tirar de la cisterna hasta saber cómo está tu familia, cómo lo estaría viviendo mi padre, mis hijos, mis hermanos.
Pensé en las personas que se habrían visto realmente afectadas, ya sabéis, una se imagina a la gente atrapada en ascensores, en trenes, en el metro. Pensé en el caos que se podría originar si esa situación se alargaba. Pero también estaba segura de que se estaría trabajando a destajo para solucionar el problema cuanto antes.
Recordé que mi hijo Rubén me había regalado hace la friolera de casi veinte años, un transistor pequeñito. Y como en casa los regalos son casi sagrados, allí seguía donde lo guardé. Estuvimos escuchando todo el día Radio Nacional, siguiendo paso a paso la información en las voces de los periodistas. ¡Qué espléndido trabajo y qué maravilla la radio! ¡Y las pilas!
Nos acostamos con la convicción de que a la mañana siguiente todo estaría solucionado como así ha sido.
Hoy, restablecido el contacto, tranquila por los míos y sabiendo que la “normalidad” está asegurada, me pregunto hasta cuándo. Y me pregunto cómo pueden perderse en unos segundos esos 15 gigavatios de energía eléctrica. A mí se me puede perder algo de calderilla, pero que la energía se pierda… Eso sí que me deja in albis.
Lo cierto es que ha pasado, que hemos asistido al apagón histórico en España, que el día de ayer 28 de abril ya es un día para la historia. Todo se ha solucionado, pero ¿estamos preparados para algo más grande? No es alarmismo, es un hecho que da para pensar. Los ciudadanos pagamos la luz puntualmente, si eso no ocurre el corte está asegurado. ¿Qué hace la Compañía de la Red Eléctrica con los beneficios? ¿Acaso invierten como debieran en asegurar la Red al cien por cien? No lo sé.
Por si acaso, más vale reconocer que somos dependientes de la electricidad, y como de toda dependencia, siempre se pueden dar pasos para serlo un poquito menos; o ser prevenidos y dejar hueco para las velas y el transistor a pilas en un lugar privilegiado de nuestros hogares.
MIGUEL SEGURA.- Creo muy sinceramente que este apagón con apariencia distópica es un aviso para navegantes; otro más. Otra vuelta de tuerca en nuestra dependencia de la energía, una dimensión con sus dos caras: una, la luminosa, la del progreso confortable, la de ¡viva la vida!; la otra, la del ancestral miedo a la oscuridad y la necesidad de papel higiénico, aunque no haya agua; sin olvidar la optimista y siempreviva palabra de que el fin del problema nos hará mejores (?)
Ayer nos quedamos sin música y me pregunto si debería retomar la guitarra y hacer mi propia música, un sueño largamente incumplido. Hoy volvemos al jazz dulce de Chet Baker que tanto nos acompaña, y me pregunto cuánto durará. ¿Habrá que volver al walkman y desempolvar las viejas casetes, que todavía conservamos?
Cuánto y bueno se ha escrito a la luz de una vela o llamita de gas en otro tiempo, aún a costa de dañar los ojos. El ser humano siempre intentando llegar a lo más lejos; a lo más alto. Y el planeta gira que te gira –¿ajeno a nuestro desvarío?– no lo creo así. Formamos parte del universo aunque sea en forma de partícula, pero una partícula que conforma el todo. Estoy convencido de que la música es la mejor sustancia que nos acerca a la comprensión de la existencia.
El último en salir que apague la luz...
FRANCISCO GÁLVEZ.- El covid, la dana, la mochila de supervivencia recomendada por la UE, la guerra de Ucrania, el apagón... Parece que esta década es un campo de pruebas de una mano invisible, un test extremo a los ciudadanos: ver cómo reaccionan, qué opinan, cuál es su actitud...
Pusieron a la gente a aplaudir, los vacunaron, les dijeron que saldríamos más fuertes, mejores personas, llamaron a la calma, debían confiar y creer a sus gobernantes.
El día del apagón, del almacén bajo el piso donde vivo volvía a salir la gente cargada de papel higiénico. Déjù vu. Esto ya lo he vivido, lo vi con mis propios ojos. ¿Creían a sus gobernantes, estaban calmados, aprendieron algo de la pandemia?
¿Qué habría pasado si el apagón dura una semana, un mes, un año? No podía dejar de pensar en eso.
No puedo dejar de pensar en eso.