El Punto y sus Hijos Malcriados

Andrea nos lleva de paseo con humor por el idioma español

En un reino cuadrado, gobernaba Don Punto, un viejo redondito, con cara de “cállate”, y alma de corrector ortográfico jubilado. Su deber era simple: darle cierre a las oraciones que se creían eternas. A esas que se estiraban como excusa de adolescente vago. Don Punto las veía venir y, sin pestañear, ¡zas!, las terminaba. Implacable. Certero. Letal.

Pero claro, como todo monarca, tenía herederos: Punto y Seguido, y Punto y Aparte. Ambos legítimos, ambos necesarios. Y ambos, insufribles.

Punto y Seguido era el típico entrometido que no sabe cuándo callarse. Cerraba una idea, sí, pero apenas respiraba y ya te estaba metiendo la siguiente. Una pausa mínima, un parpadeo, y ¡pum!, otra oración. Como si la conversación no terminara jamás. Era el cuñado incómodo que en las reuniones familiares no te deja ir por más vino porque sigue hablando, y hablando, y hablando...

En cambio, Punto y Aparte era más dramático. Cambiaba de párrafo como quien cambia de personalidad después de dos copas. “Este tema merece espacio propio”, decía, mientras se acomodaba la capa y exigía sangría, espacio en blanco y reverencia. Le encantaba hacer entradas teatrales: nueva línea, nuevo escenario, nueva pose. Aunque muchas veces el cambio no era necesario, él igual se lanzaba con su “nuevo párrafo” como si estuviera escribiendo la Biblia.

—¡Yo le doy oxígeno al texto!―gritaba uno.

—¡Yo le doy continuidad y ritmo!― respondía el otro.

Y ahí estaban: dos signos menores creyéndose indispensables, como si un texto no pudiera vivir sin sus apariciones, sino que se lo digan a José Saramago.

Don Punto los miraba desde su trono, con la misma expresión con la que uno mira una ensalada sin aceite: resignación absoluta.

—Miren, pequeños signos  con complejo de diva —dijo el Rey —. Si no aprenden a usarse con criterio, los van a malinterpretar. Y si los malinterpretan… los van a odiar. ¿Quieren terminar como los tres puntos?

Los hermanos tragaron saliva. Nadie quería ese destino.

Así que pactaron una tregua. Punto y Seguido se quedó en los párrafos donde la idea aún tenía cuerda, y Punto y Aparte se reservó para cuando el texto necesitaba un respiro real, un cambio de tema, o simplemente un momento para que el lector dejara de llorar desconsolado.

Desde entonces, el Reino del Texto volvió a fluir. Y Don Punto sigue cerrando oraciones con la dignidad de quien sabe que, sin él, todo se vuelve un párrafo infumable sin final.