Capítulo VIII: Un pájaro en una jaula

Salvado Rueda tiene 62 años y comienza a pesarle la soledad. Siente la desilusión de quien habiendo tocado las alturas, va notando el freno que las nuevas generaciones oponen a su vuelo. Los jóvenes comienzan a considerar la poesía de Rueda anticuada. A esto se suma la merma de su salud y la nostalgia de su terruño, de  su Málaga querida. Pide el traslado a Málaga; y el 31 de enero de 1919 se le concede el puesto de Primer Grado de la Biblioteca Provincial con un sueldo de 10.000 peseta anuales. Será de nuevo otra alma amiga quien le permita la vuelta. Don Sebastián Briales del Pino, a quien por derecho correspondía el puesto, lo cede generosamente a Salvador.

Así parece sentirse el poeta en su última piel; como una avecilla que trina y gorjea, pero cercado por los finos barrotes que el tiempo va tejiendo a su alrededor. Hilos invisibles que se muestran con toda su crudeza cercenando su salud ; por eso, y hasta que se instale definitivamente en su casita a los pies de La Alcazaba, Salvador Rueda compaginará su trabajo de bibliotecario con breves estancias en su Benaque natal y el balneario de Tolox, que tanto bien hace a su bronquitis crónica. Retiros que le son permitidos; el mismo Rueda a través de su amigo Díaz Escovar presentará una carta al gobernador de la provincia, el General Cano, para que benévolamente ignore estas ausencias.

¡Ay, Salvador; qué tenías -piensa ésta que te sueña-, qué nobleza desprendías para que todos se impregnaran de nobleza!;  El general Cano leyó tu carta y te hizo, de  afecto, un guiño; así, hasta que te jubilaste pudiste escribir, tomar las aguas, descansar tu vista, darle aires a tus bronquios en esas escapaditas que te fueron concedidas.

Hoy, me he permitido la libertad literaria de ser yo quien acompañe a Salvador Rueda; he aprovechado que su sobrina-nieta ha salido para llamar al médico; seguro que viene acompañada de los amigos del poeta. He entrado en su casa; Salvador parece adormilado.

Paseo mi mirada por esta estancia chiquita en la que abundan trofeos, galardones, fotografías…; recuerdos de una vida  casi culminada.

Veo los últimos libros que Salvador publicó en estos años de escasa salud y de vida social más sosegada; porque aunque al volver a Málaga participó en homenajes, lecturas y actos de reconocimiento, también es cierto que éstos fueron menguando poco a poco; el poeta comenzó a vivir de sus sueños, de sus recuerdos; pero eso no le impidió publicar, como he dicho, las novelas La vocación (1921);  El secreto de una Náyade (1922);  y los poemarios El milagro de América y El poema del beso (1929 y 1931).

Cojo uno de estos volúmenes y me acerco a su cama.

Deja, Salvador, que esta tarde yo sueñe por ti; te voy a leer uno de tus sonetos. Tú descansa; escucha cómo trina el pajarillo, olvídate de la jaula. Abro El poema del beso, uno de tus últimos publicados, y te leo bajito éste, el que llamaste La voz de los siglos:

 

Las grandes concepciones del talento

parecen retornar desde otras vidas,

y ya en el alma están preconcebidas

sin saber dónde fue ni en qué momento.

 

Las intuiciones  son del sentimiento,

que, inalámbricamente transmitidas,

recibe, casi ya desvanecidas,

la frente, que es antena y pensamiento.

 

De emporios remotísimos herencia,

viene un radio divino a la conciencia

que el corazón descifra como clave.

 

Dios llena el alma, y todo lo ha previsto;

lo que fue y ha de ser, ya el hombre  ha visto,

pues, como encierra a Dios, todo lo sabe.

 

¡Qué maravilla! Salvador; creo que tu poesía es eso: la sacralización de todo lo creado. De todo cuanto nos rodea.

Devuelvo con cuidado el libro a su lugar y, entre los tomos del estante, descubro un pliego; está fechado en 1926; es tu nombramiento como Académico Correspondiente de la Española. En el dorso has escrito: Demasiado poco y demasiado tarde.

¡Ay!, te entiendo perfectamente.

Sobre una repisa está la fotografía fechada el 12 de julio de 1931.  En una glorieta del parque de Málaga, cerca de la Plaza de la Marina, se descubre el monumento que, por cuestación popular, y a propuesta de tus amigos Díaz Escovar y González Anaya entre otros, le fue encargada al arquitecto Francisco Palma.

Esa es la fotografía que tengo entre las manos, la del día de la inauguración del monumento homenaje a Salvador Rueda; la última gran ovación que recibirías.

¿Escuchas los pasos?

Ya sube el médico por la calle, viene con tus amigos. Yo me voy; te dejo tranquilo, Salvador, nada temas, sabes que estás en buenas manos. Un abrazo, poeta.

El 1 de abril de 1933; con 76 años y rodeado por sus más íntimos amigos, el poeta dejaría su jaula casi sin notarlo. La muerte le fue dulce. A su entierro, en el cementerio de San Miguel,  acudirían un pequeño número de personas.

Dejó la jaula de su cuerpo el poeta; y esa avecilla, esa alma cantora se adentró en el éter, en el flujo de la creación, en la inmensidad del cosmos; y el cosmos, que también guarda sorpresas, no quiso que cayera en el olvido. Así, este hombre tímido, autodidacta, amigable y risueño; que creció sintiendo la música de la naturaleza; que dormía de niño abrazado a una caracola; el que cantó a todo, desde lo más pequeño a lo más grande; pasado el tiempo fue rescatado, estudiada su obra y leída con entusiasmo y amor.

Hay muchísima bibliografía sobre Salvador Rueda; aquí, en estos ocho capítulos nos hemos centrado en la Gran Antología. Salvador Rueda; de Don Cristóbal Cuevas, catedrático de Literatura Española de la Universidad de Málaga.

Leyéndola, he sentido el trino de ese pajarillo y hasta he compartido con él, con todo mi respeto, alguna migaja lírica.

Antes de terminar quisiera pararme un poco en algunos de sus poemas y dejaros unos fragmentos:

  • Del soneto Los microcosmos; los dos tercetos me parecen, simplemente espectaculares para expresar la poética de Salvador. Desde lo más pequeño del Universo, a lo más grande; todo está en nuestro interior, de todo somos parte. Dice así:

 

Los iones son las claves más completas,

llevan dentro satélites, planetas,

y tiemblan en la luz tumultuarios.

 

Y en el aire encendido de arreboles,

no solo respiramos soles,

respiramos sistemas planetarios.

 

  • La creación es un mundo que hay que aprender a leer. Es un libro que se nos muestra abierto, solo hay que prestarle atención; en el poema Vivan las rosas dice:

 

más que los libros, saben las espigas;

más que las frentes, saben las estrellas;

más que el hilo de acero, las centellas;

que la ley del trabajo, las hormigas

 

  • Música y  Cosmos es lo mismo; el cosmos se rige por pautas musicales; escuchad cómo de manera magistral lo expresa en Amores vegetales

                                  

El lento desplegarse de las rosas,

el crujir de los granos, los latidos…,

¡Oh concierto invisible de las cosas!

 

 

  • La poética de Rueda, atendiendo a todo, va de lo universal a lo local; al terruño; y supo cantarlo sin mesura. El  poema A Málaga es un canto de exaltación y de amor a la tierra. Aquí, una  estrofa como muestra:

 

Málaga es inglesa y mora

a la vez que es andaluza;

Guadalmedina la cruza

y el Puerto la condecora;

Gibralfaro la avalora

y la Caleta sin par;

la emblanquece su azahar

y la dora su alegría;

en su torre se abre el día

y a sus pies se rompe el mar.

 

 

Llegamos al final. Si estos capítulos han servido para picar vuestra curiosidad y animaros a leer a Salvador Rueda, me doy por satisfecha.

Solo puedo dar las gracias a Salvador Rueda por su ejemplo de trabajo y honestidad poética; por su legado.

A don Cristóbal Cuevas por el trabajo tan hermoso que realizó y que me ha permitido conocer a nuestro poeta más a fondo.

 A Francisco Gálvez, director de este periódico, por su acogida y disposición a que este SOÑAR LA VIDA. SALVADOR RUEDA, se publique en NOTICIAS 24 DIGITAL.

Y a vosotros, lectores, por vuestra paciencia. ¡Gracias!