Breves semblanzas de Francisco Montoro y Antonio Hidalgo

Hace unos años, el centro de enseñanza de adultos de Vélez-Málaga homenajeó al historiador Francisco Montoro y al pintor Antonio Hidalgo. Jesús Aranda, por aquel entonces director del centro, me pidió unas semblanzas breves sobre tan ilustres personajes.

FRANCISCO MONTORO:

Hacer una breve semblanza de Paco Montoro no es fácil. El volumen de sus obras y la dimensión del personaje requerirían  un estudio amplio y sosegado.

En la revolución intelectual que dio forma y sentido a lo que hoy llamamos Axarquía, Paco dotó de contenido y sabiduría un movimiento que, tras siglos de abandono, venía a rescatar las esencias y la entidad de nuestra comarca.

Personajes olvidados, hechos trascendentales, acontecimientos grabados a fuego en nuestra memoria, curiosidades…, y la necesaria reafirmación de la personalidad de la Axarquía y de su capital, Vélez-Málaga, en el devenir de la historia de España y en buena parte de la del mundo; de la Historia, por abreviar, pero en mayúsculas.

En la docencia, en la televisión, en periódicos y en multitud de libros, pero también como veleño y persona, Paco es y será siempre un referente; alguien a quien admirar y a quien citar; alguien a quien leer con deleite; alguien de quien sentirse un privilegiado por compartir su amistad o, simplemente, por ser contemporáneo suyo; alguien minucioso, perfeccionista y tenaz. Alguien, en definitiva, que es en sí mismo un personaje de libro, pero, sobre todo, es un maestro cuya infinita generosidad nos regala su sabiduría y conocimientos a aquellos que aprendimos a amar y a conocer nuestra tierra gracias a él. A nosotros, que sabemos quiénes somos hoy porque él nos dijo quiénes fuimos ayer.

Nosotros, los que siempre seremos alumnos de Francisco Montoro.

 

ANTONIO HIDALGO:

Cuando María Zambrano escribe que hay lugares misteriosamente privilegiados, en los que, como su Vélez-Málaga, se alinean los astros para que afloren los artistas, está hablando de un enigma  irresoluble. Francamente, ni siquiera la gran pensadora tiene una piedra de Rosetta que le ayude a comprender los designios de la naturaleza.

Sin embargo, da una clave: “Algo ha de haber allí, algo ha de haber en la luz, en el aire, en la brisa y este lugar de Vélez-Málaga”. Quizás, como cantara Dylan, la respuesta esté en el viento, o quizás, podamos atisbarla asomándonos a un cuadro de Antonio Hidalgo.

En sus obras, está, de una manera u otra, todo lo que es esta tierra: la luz, el color, la magia, la inocencia, el espíritu alado de lo que fuimos y de lo que somos.

Atesoro en mi biblioteca un libro extraño y fascinante de Ian Watson, llamado El jardín de las delicias.  El argumento es un delirio estelar sobre seis personas perdidas en un planeta, que no es otra cosa que el tríptico de El Bosco. Cuando lo leí hace algunos años, pensé que también sería posible novelar un viaje a través del universo de Antonio Hidalgo. Su simbología permitiría una odisea a través de los azules, perderse en una naturaleza de palomas, peces y cervatillos, dar un paseo por la ciudad, volar por sus cielos infinitos, dejarse arrastrar por sus notas musicales, sumergirse en sus ojos glaucos, bañarse en su mar siempre sereno o acompañar de la mano a una menina por las calles veleñas. Y todo ello, acariciado continuamente por una explosión de luz y color.

En un futuro, si este rincón de la Axarquía malagueña se convierte en una urbe de cemento, si se pierden las tradiciones y los recuerdos, si el cielo se vuelve ceniciento y nuestro hogar es un lugar frío y ajeno, las obras de Antonio Hidalgo quedarán como el recuerdo inmanente de una tierra donde la luz, el color y la magia viajaban en el mismo tranvía hacia la eternidad.

Por eso podemos concluir en que si Vélez-Málaga es ese lugar mágico del que hablaba María Zambrano, el maestro Antonio Hidalgo es el pintor de su alma.