jueves, 25 de abril de 2024 00:00h.

Propicios días

Columna de Segismundo Palma

Tenía el disparo en mi mira. El dedo acariciaba el gatillo, presto a presionarlo cuando anoche, un impulso me hizo cambiarlo a última hora. Un pálpito de disconformidad me enervó. Estaba abducido por la lisergia de la telebasura, sí, también consumo un poquito de mierda. Como le decía el otro día a una buena amiga: es la mejor comedia no pretendida que puedas ver. Y, a última hora de la jornada, cuando la noche cae, vienen bien unas risas estentóreas, que ayuden a desconectar. No es una excusa intelectual. No me avergüenza. Sigo la máxima freudiana: “Maximizar el placer, minimizar el dolor”. Pues bien, estaba maximizando mi placer nocturno, con alevosía, viendo la gala de OT. Sí, ese montaje marketiniano por la que unos aspirantes a famosos aprenden (algunos desaprenden) a cantar en una academia edulcorada a lo ‘Fama’. Veía la gala riéndome malignamente del diseño de vestuario con el que la dirección artística del show maltrata a los concursantes o partiéndome el ano, literal, con los malévolos arreglos de canciones que conozco. Ver a estos chavales destrozar los temas musicales, noche tras noche, me divierte. Llámenme loco. Una de las parejas fue agraciada con la canción de Mecano, ‘Quédate en Madrid’, y a los nenes les surgió un debate, estaban incomodados. Una desazón les carcomía. En la letra de la canción aparecía una palabrota, oh, no! Terror. Pavor. Sopor. Se decía: “Mariconez”. Dios mío, mariconez, por favor, qué ordinariez, qué pensarían de ellos el colectivo LGTB. Qué imagen proyectarían de intolerancia talibán. Prestos a defender su postura basada, por supuesto, en la dictadura de lo políticamente correcto que nos domina, solicitaron cambiar la letra de la canción, con dos cojones. ¿Por qué no en vez de mariconez decimos “gilipollez”? La dirección de la academia, con el recto fundido en Pepsi-Cola viendo cómo sus discípulos mostraban tan tierna incandescencia de diversidad, contactaron con los autores. Ana Torroja, asalariada del programa, propuso “estupidez” en vez de “gilipollez”, lo cuál define en sí mismo su acto. Los chavales defendían su postura: es una letra de hace treinta años, eran otros tiempos. Entraba en ignición sobre mi sofá. Claro que sí, guapis. Revisemos todas las letras desde hace treinta años hacia atrás, reescribámoslas, adaptémoslas a estos tiempos dulcificados de corrección máxima. O, borrémoslas, eliminémoslas. Y ya puestos: revisemos la literatura, poemas, películas. Eran otros tiempos, estos puretas pleistocénicos qué sabían de la tolerancia y la diversidad. Ignorantes. Me recordó a esa peli mala de ciencia ficción, ‘Demolition man’, era mala hasta decir basta, pero salían unos maderos que te detenían por decir palabrotas. Estaba prohibido ser maleducado. Se saludaban con el epíteto: “Propicios días”, norma de habitabilidad social y educación impuesta. Y siendo una hipérbole mi comparación, el aborto de risas tóxicas que me produjo anoche el episodio de desvergüenza artística de los triunfitos y sus gurús me hizo modificar el objetivo de mi disparo: la dictadura de lo políticamente correcto. Entremos en un estado de revisionismo para adaptar cualquier expresión artística a los cánones de hipercorrección actual. Todo debe ser light. Sin. Bueno para el colesterol y diversamente aceptable. Que no se ofenda nadie. Respeto máximo. Menos mal que llegó el autor, sí, ese imbécil que una vez se le ocurrió escribir esa locura, preso de una  sociedad intolerante que le empujó a ello. Llegó Jose María Cano, que por lo visto o no debe dinero a nadie o muerto de hambre, aún mantiene su dignidad, y mandó a los triunfitos a que se fueran de after-hour a las letrinas del Parnaso. No les dejó cambiar su letra. El “mariconez” se quedaba y, o cantaban su canción con su insulto, o que compusieran ellos uno, si la capacidad creativa les llega para juntar dos estrofas originales. Nunca he sido fan de Mecano pero desde ayer, Jose María, aquí, un amigo. Porque desde que los triunfitos abrieron su boquita de piñón posmoderna y aceptable lo tuve claro: cambiar mariconez es una puta mariconez. Propicios días a ‘todes’. ¡PUM!