sábado, 20 de abril de 2024 00:01h.

Una cosa me lleva a la otra...

Columna de Salvador Gutiérrez

Barcelona. Congreso de móviles. Rapidez. Las empresas y sus comerciales venden los últimos productos con un único reclamo: la rapidez. “Este móvil dispone de muchas pantallas para que el usuario pueda realizar distintos trabajos al mismo tiempo”, dice un vendedor.  Todo rápido y todo a la vez: los principios fundamentales sobre los que se asienta esta sociedad. ¿Es acaso un pecado -me pregunto- hacer un trabajo, bien hecho, y después otro, también bien hecho? ¿Atenta la falta de simultaneidad de los trabajos contra el gran principio capitalista del todo a la vez y lo más rápido posible? Presiento que con esas maravillas tecnológicas, con esos juguetitos que en realidad son armas mortíferas, nos estamos dejando embaucar por un canto de sirena cuyo fin es la explotación laboral. Vamos hacia el matadero encantados. Vamos hacia las cámaras de gas felices de tener el último móvil: el más rápido y el más complejo.

***

Lo anterior me lleva a pensar en la diferencia entre tecnología y ciencia. La primera nos brinda la posibilidad de tener móviles que nos harán esclavos felices y la segunda nos asegura la posibilidad de hacernos verdaderamente libres y felices. Sin ir más lejos, hace unos días se ha publicado que  han encontrado un medicamento capaz de mantener a raya la terrible enfermedad de la esclerosis múltiple. Al parecer, el medicamento para en seco el proceso de la enfermedad, se encuentre en el estado que se encuentre.

***

Y lo anterior me lleva a pensar, precisamente, en el filósofo y físico Mario Bunge, que se ha pasado media de su larga vida, intentando hacer una distinción entre la ciencia y la técnica. A últimos de los ochenta, recuerdo que el filósofo estuvo a punto de venir a Vélez. Una inoportuna enfermedad se lo impidió. Creo recordar que el título de la conferencia que iba a dar era algo así como la ciencia es inocente, la tecnología es culpable…

***

Lo que me lleva a pensar en cómo hemos perdido la oportunidad, en Vélez-Málaga, de convertirnos en una ‘ciudad del pensamiento’, un foco por el que hubieran pasado los pensadores más importantes de nuestro tiempo, provocando diálogo, debate, crítica, conocimiento..., libertad. Se intentó tímidamente, como digo, a último de los ochenta, pero como todas las buenas cosas en esta tierra se abandonó pronto.

***

Todo lo anterior me lleva a pensar en la final del Carnaval de Cádiz del pasado fin de semana, que duró la friolera de doce horas. A pesar de la rapidez impuesta por la tecnología, hay una parte de nosotros que aún se obstina en las cosas lentas y hechas a fuego lento. Lo que me lleva a pensar, a su vez, que este mundo debiera ser muy rápido para erradicar lo malo y muy lento para gozar de lo bueno.