viernes, 19 de abril de 2024 00:00h.

Antonio y el lobo

Columna de Salvador Gutiérrez

Desde hace un tiempo vengo escribiendo un libro de poemas en el que solo habrá epitafios, esa fórmula literaria en la que, de alguna forma, se le hace frente a la muerte. El epitafio es la pequeña pedrada poética que le lanzamos a la muerte una vez que ésta nos ha engullido. Es una especie de venganza literaria a posteriori. Pues bien, uno de los que más me gusta dice así: “Nunca nadie dirá/ fue uno de los nuestros”. Con él quiero poner de manifiesto que cuando uno muera ningún grupo, asociación, peña, partido, cofradía, sociedad, círculo etc., sentirá que se le ha ido uno de sus miembros al otro barrio.

Si me interesara mínimamente la visibilidad social, el protagonismo personal o algo parecido a la posteridad, debería sentirme preocupado. Porque la pertenencia y la afiliación  (a la comunidad de vecinos, por ejemplo) es clave para que los demás, en vida, te arropen, te ensalcen, te ayuden… y para que en la muerte te recuerden, homenajeen, se encarguen de perpetuar tu nombre y tu memoria, etc., etc. A los que, aun respetando a los que se sienten bien y calentitos dentro del grupo, nos gusta la libertad individual, sabemos que no vamos a obtener ningún regalo, favor, prebenda -y, ni siquiera, a veces, cariño ni respeto- por parte de ningún grupo. El ir por la vida a lo llanero solitario, tiene sus ventajas, pero también tiene sus grandes inconvenientes.

Si nuestro amigo, el escritor, periodista y animador cultural, Antonio Jiménez, hubiera pertenecido a uno de esos grupos, su nombre, desde su muerte, se hubiera escuchado hasta la saciedad; los homenajes de toda clase y condición se hubieran sucedido sin parar y hasta la banda municipal de música le hubiera compuesto algún pasodoble… Pero, hete aquí, que Antonio Jiménez iba por libre y que ningún grupito se ha sentido concernido por su pérdida. Es cierto que Antonio era indómito (a veces, arbitrario y caprichoso), pero es indudable que su aportación intelectual y periodística a la vida comarcal de los últimos cuarenta años ha sido muy importante. Antonio puso nombres, conceptos y debate, encima de la mesa intelectual de la comarca, enriqueciéndola y llenándola de viveza y heterodoxia. Pero parece que eso a los grupos organizados del municipio de Vélez -sobre todo a los culturales-  les trae sin cuidado. Solo lo que ellos generan, solo lo que generan los suyos, parece que pueda tener validez. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen: esa parece ser la premisa de estos grupos que suelen ver como ajenas y sospechosas a personas como Antonio, que normalmente no comulgan con las directrices y normas de estos grupos, a veces estrechas, acartonadas , endogámicas y poco plurales, en el sentido de las ideas.

Está claro que para ser alguien en Vélez-Málaga hay que pertenecer a algo. 

Sin duda alguna, lo asociativo ha hecho y hace democracia. El grupo es indispensable en una sociedad libre. El grupo actúa como importante contrapeso frente a las posibles arbitrariedades del poder político. Pero una sociedad verdaderamente libre también debe tener la coherencia y la valentía de mirar a los ojos a sus hijos pródigos, a sus versos sueltos, a sus donnasmobiles, a sus heterodoxos, a sus personajes solitarios, a los que no se encorsetan en una sola ideología…

En un momento en el que España ha prohibido la caza del lobo, es momento también de que sepamos ver la grandeza y la libertad que guardan nuestros lobos esteparios.