jueves, 28 de marzo de 2024 00:05h.

Volverán los oscuros vencejos

Columna de Margarita García-Galán

Llegaban un día cualquiera de abril, pintando el cielo con los arabescos negros de su incansable aleteo; musicando los amaneceres y atardeceres veleños con su piar constante. Los oscuros vencejos llegaban de África, después de recorrer miles de kilómetros para pasar el verano anidando en las oquedades de los tejados que yo veía desde mi balcón. Su llegada era para mí una fiesta: “Ya están aquí los vencejos; el aire suena a verano”. Era un tiempo de adolescencia ilusionante, donde yo deambulaba, como ellos, por cielos azules y versos rosa, que me ensanchaban el corazón y me empujaban a volar. Ellos volvían a sus nidos, y yo imaginaba el mío tejiendo quimeras, leyendo poemas de amor. “Volverán las oscuras golondrinas / de tu balcón sus nidos a colgar...”. Bécquer me acercaba a su romanticismo y yo soñaba con tupidas madreselvas que se abrían  rendidas a un hechizo de amor.

Los vencejos me recordaban a esas golondrinas que se eternizaron en un verso que aprendí de memoria. Su alegre algarabía me despertaba por las mañanas y me empujaba a mirar por la ventana el ajetreo de su incesante vuelo. Volando se alimentan, volando se aman, volando se duermen... Bajo un cielo de vencejos, me aficioné a pasear las calles veleñas; su omnipresente aleteo me acompañaba en las tardes tranquilas de la Plaza del Carmen cuando, sentada en un banco entre amigos, hablábamos de ferias, de exámenes, de procesiones... De versos viejos, de amores nuevos. Los negros pájaros me acompañaban a Santa María y a la Fortaleza aquel día que un chico me cogió de la mano por primera vez. Los vencejos alegraban el cielo de un tiempo nuevo para mí; un tiempo especialmente hermoso, donde conocí a tanta gente interesante, chicos y chicas que luego serían médicos, maestros, pintores, poetas, historiadores... Como los vencejos, ellos sobrevolaban mi mundo, y fueron mi mundo. Con ellos, aprendí a volar. Con música de vencejos, hice amigos para siempre; con música de vencejos, soñé un futuro; con música de vencejos, me enamoré una tarde de junio. Su música negra se mezcló con la risa blanca de unos niños queridos, y con ella lloré la ausencia de afectos perdidos. Hoy, su música sigue acompañando mi tiempo, porque, así como ellos eligieron en los tejados un íntimo rincón al que volver, yo también elegí mi nido, un nido cercano, cálido y soleado al que vuelvo siempre.

Hoy pensaba escribir en esta columna sobre un tema que no tiene nada que ver con los pájaros, pero que sobrevuela la actualidad con su estridente mú­sica, mucho menos armoniosa que la de los vencejos. Pero, entre el aluvión de noticias de prensa y televisión, con el tema ‘estrella’ que nos ocupa, he sentido un empacho de insensatez; un hartazgo emocional que me revuelve el estómago: govern, independència, volem votar..., una cadena de despropósitos, un rap desafinado que me quita las ganas de escribir sobre ello. “Las leyes están para cumplirlas. Si no te gustan, lucha para cambiarlas; pero si están vigentes, hay que cumplirlas”. Quien me decía estas cosas era una persona íntegra, moderada, tolerante y recta. Qué pensaría ahora si viera cómo se manipulan las ideas, elevando a la categoría de lo legal lo que, a decir de los juristas, es una ilegalidad. Puestos a decidir sobre un tema que nos atañe a todos, también yo,  también nosotros, volem votar.

Entre tantas voces discordantes, entre tantos gestos desafiantes y chulescos, he salido al balcón a tomar el aire y he recordado lo que me dijo un amigo: “Cuando me agobio, mi­ro al cielo y me refugio en un  verso”. Y eso es lo que he hecho: buscar la calma azul de un verso de golondrinas y madreselvas. Y me he dado cuenta de que los vencejos ya no están; se fueron en plena vorágine de debate político, de votaciones y urnas furtivas. El silencio que han dejado en el aire, y el recuerdo de su amable presencia en mi vida, me han invitado a escribir sobre ellos. Volverán los oscuros vencejos. Volverán cantando la canción que decía Pau Casals que cantaban los pájaros: “Paz, paz, paz”.

Ojalá fuera cierto.