viernes, 19 de abril de 2024 20:02h.

Nana azul

A Pilar

Inmersa en el perezoso paréntesis del verano, que ralentiza la vi­da cotidiana para dejar paso a la frenética actividad de lo lúdico, entre el multicolor festón de sombrillas, al sol de acentos distintos, miro al mar como siempre, pensando en todo y en nada, dejándome llevar por su quietud mientras el revuelo de voces que me rodea deja al descubierto jirones de vidas diversas. La playa es un perfecto diván de terapia donde la gente se confiesa aireando unas vidas que mojan las olas y mece la brisa.

Junto a mí, una joven madre amamanta a su bebé mientras lo mece despacito cantando una canción. No entiendo bien la letra, pero me llega la armoniosa cadencia de la música, que se repite una y otra vez. Es una nana, una nana que el mar acompaña con su particular coro de olas. El bebé se duerme al fin, al calorcito del verano y de ese otro calor que no tiene competencia: el de los brazos de su mamá. La escena me recuerda el tiempo en que yo dormía a mis hijos en brazos cantando nanas; a veces no recordaba las letras, pero me las inventaba, personalizando así una canción que era solo para ellos: “Duérmete, niña hermosa / que yo te velo / y el canto de la alondra / mece tu sueño”. Pero entre nana y nana, les cantaba una jota castellana; a inolvidable Yesterday o el Canto a Murcia, o mi adorada It's now or never, en un inglés de andar por casa, y hasta les tarareaba, in crescendo, el Bolero de Ravel. El repertorio no era apto para puristas; era tan poco ortodoxo como yo, pero mis bebés se dormían como benditos, un poco por el popurrí y un mucho por ese calorcito único de los brazos maternales. Tuve la suerte de vivir ese tiempo, un tiempo intenso, precioso, sin agobios de horarios, sin prisas y en paz. Recuerdo ahora aquellas otras veces que, en una salita cálida con mesa de camilla, con el brasero encendido y la tele pues­ta, la niña morenita se dormía con un cuplé que le cantaba mi madre. Siempre el mismo; siempre igual. Era una de esas canciones antiguas que hablaban de chicas frívolas de revista, que enseñaban, insinuantes, primero los tobillos, después las rodillas...: “Soy una chica chic, chic, chic..., tobillera, rodillera, y al fi­nal acabaré siendo muslera”. La ni­ña risueña se quedaba extasiada oyendo la can­ción, esa na­na tan singular, que le siguió can­tando durante mucho tiem­po porque a ella le encantaba: “Otra vez, abuela. Otra vez”.

Después, se calló la voz, y se quedó vacía la mesa de camilla. Felicidad, tristeza, felicidad... Momentos intensos, llenos de vida, de esa vida que pasa, inexorable, sin prisa pero sin pausa. Sin detenerse. Sin mirar atrás. Algún tiempo después, entre recuerdos, papeles viejos y poesías dedicadas a mi padre, encontré un sobrecito con una frase escrita con esa letra clara, tan particular, que tenía mi madre: “Para Cristina”. Dentro del sobre había una cuartilla con la letra completa del cuplé que tanto le gustaba a la niña... Todavía me atraganto cuando lo veo. 

Cantar nanas a  los niños para que se durmieran es una de las cosas que recuerdo siempre. Son momentos íntimos, inigualables, que hay que vivir intensamente, porque, como decía Borges, “la vida está hecha solo de momentos. No te pierdas el de ahora”. Yo de esos no me he perdido ninguno, y me siento muy afortunada por ello. También de estar hoy aquí, tranquilamente sentada frente al mar, viendo vivir a la gente que pasea, se baña, toma el sol o duerme a sus hijos, disfrutando de un paréntesis amable en sus vidas. Instantes fugaces que atrapan mis ojos al vuelo y pasarán a formar parte de ese crisol de recuerdos que guarda mi memoria; que vienen y van a lo largo de la vida, y que son lo más parecido a la felicidad. Por eso miro a mi alrededor: para no perderme el momento de ahora, saboreando mi vida y sintiendo las vidas de otros que pasan rozando la mía. Niños jugando, abuelas vigilando, jóvenes que se besan, mamás que duermen a sus hijos con una amorosa canción... 

Y abrazándolo todo, ese mar inmenso que susurra su exclusiva canción y expande el brillo de su color turquesa, convirtiendo la nana en una nana azul.