jueves, 28 de marzo de 2024 00:07h.

Nada más mágico que la palabra

Columna de Margarita García-Galán

Con su novela El fuego invisible, Javier Sierra acaba de ganar el Premio Planeta 2017. Periodista y escritor de éxito, con millones de libros vendidos, es un maestro tratando enigmas históricos. Antes de leer sus libros, lo vi alguna vez en ese programa de televisión que nos acerca a los misterios del mundo: extraterrestres, fenómenos paranormales, teorías sobre el más allá y otros lugares no tan lejanos. Desde mi escepticismo casi irredento, suelo pasar de puntillas por estos temas de ovnis, presencias extrañas, fantasmas de carreteras..., misterios sin resolver que tienen, por otra parte, muchos seguidores. Pero me encantaba oír lo que él decía, tan bien explicado, tan ameno, tan riguroso con los datos históricos... Hablara de lo que hablara, convencía.

En abril de 2015 vino a Vélez-Málaga para promocionar en la Feria del Libro su novela La pirámide inmortal, y a dar una conferencia sobre ella. El tema me interesaba. Sabía que el escritor contaría su experiencia dentro de la Gran Pirámide de Giza, en la que pasó una noche a solas para intentar comprender, y luego escribir, lo que pudo sentir Napoleón en 1799 cuando quiso, buscando el secreto de la inmortalidad, pasar una noche “en el vientre del edificio más antiguo de la Tierra”.

Estuve en Egipto hace unos años, haciendo realidad el viejo sueño de ver con mis propios ojos aquellas pirámides, una de las siete maravillas del mundo antiguo, que guardan la historia de una cultura apasionante. Recuerdo el escalofrío que sentí cuando las tuve delante. Su milenaria, misteriosa y apabullante presencia me hizo sentir pequeña. Recuerdo que me acerqué a tocar los viejos bloques de granito, erosionados por el paso del tiempo, y apoyé mi espalda en ellos para sentir que realmente estaba allí. “Tres mil años nos contemplan” -dijo Napoleón cuando las vio por primera vez-. Una maravilla me contempla, pensé yo, sintiéndome una hormiga ante algo tan grandioso. Después, llegó la hora de entrar a visitarla, y entonces apareció mi incómodo e inoportuno ramalazo de claustrofobia, y me lo impidió. Me quedé en la entrada, respirando hondo, mirando embelesada el paisaje, el perfil de aquella maravilla que, entre arenas doradas, elevaba su vértice más de ciento cuarenta metros buscando el cielo, la eternidad o quién sabe qué.

Cuando supe, aquel día en Vélez, que Javier Sierra hablaría de su experiencia en la pirámide, fui rápidamente a comprar el libro y me acerqué al stand para que me lo firmara. Le dije que me interesaba el tema, conocer algo de lo que sintió dentro de la Gran Pirámide, porque yo me quedé con las ganas de estremecerme llegando al corazón de su misterio,  sintiendo el latido del tiempo. Le dije que me gustaba escribir, y me hizo una preciosa dedicatoria que, después de oír lo que decía sobre su novela ganadora del Planeta, entiendo más aún: “Yo quería despertar el fuego dentro del lector sabiendo que es una novela que va a estimular mucho a los que en algún momento se han planteado escribir”. Con mi libro firmado, me fui a oír su conferencia. Habló del libro y de su sobrecogedora experiencia en la pirámide, mientras nos daba una atractiva, amena e interesante charla sobre Egipto. Y, sin desvelar la trama de su novela, nos hizo entender que había un antes y un después de aquella noche, larga noche, en la pirámide. Yo lo imaginaba sin luz, acompañado solo por los tenebrosos sonidos del silencio, sintiendo los rancios aromas del pasado y la sombra densa de esas presencias inmortales que tan bien describe en su novela. Me leí el libro de un tirón, con el aliciente añadido de saber que quien lo escribía sabía muy bien de lo que hablaba.

Javier Sierra dice que “la función suprema de la literatura no es entretener, es despertar”. Leeré con interés El fuego invisible, sabiendo que, además de entretenerme, me va a despertar. Porque escribe muy bien, porque aun novelando es riguroso con la Historia, porque cuenta cosas que hacen posible lo imposible, real lo inverosímil...  Y porque sé que, como me dijo en la dedicatoria, “nada hay más mágico que la palabra”.