martes, 16 de abril de 2024 00:00h.

Marte no queda tan lejos

Esta vez no empecé el periódico por el final, como suelo hacer desde que Manuel Alcántara me acostumbró a este particular orden inverso. Desde la última página de Sur, el genial escritor, periodista y poeta, condecorado recientemente con la Orden de Alfonso X el Sabio, nos regala cada día un trocito de su sabia manera de ver el mundo. Su columna diaria, chispeante, amena y real como la vida misma, es una espléndida lección de lucidez.

Pero esta vez, algo en la primera página llamaba poderosamente mi atención: la imagen risueña y familiar de otro malagueño: Carlos García-Galán, uno de los responsables del Proyecto Orión de la NASA, aparecía con su semblante sereno y sencillo junto a una de las naves espaciales en las que trabaja. Leo la entrevista; me interesa el tema, especialmente, porque quien habla con tanto entusiasmo de su trabajo me es  muy cercano. El joven, que siempre soñó con ser astronauta, me recuerda a su padre, de quien ha heredado los ojos y, de alguna manera, esa pasión por volar, en la más amplia expresión de la palabra. Aún guardo las fotografías de una habitación donde  aviones y cohetes se alineaban llenando los muebles y las paredes, esperando, como su dueño, despegar. 
Él también tenía un sueño.
De sueños hablaba en su entrevista este ingeniero de la NASA, inmerso en el  proyecto que pretende llevar a Marte una nave tripulada en el año 2030. Lo contaba él mismo a los alumnos del Instituto Salvador Rueda de Vélez-Málaga, para los que dio una interesante conferencia, como ya hiciera otra vez en el veleño colegio San José, invitado por el departamento de inglés, que coordina su prima, la profesora Alicia Isla. Carlos entusiasmó entonces a los alumnos hablando con ellos en inglés, acercándoles los misterios del espacio y animándoles, como ha vuelto a hacer ahora, a luchar por sus sueños. “Pensad en hacer algo que cambie el mundo y parezca imposible conseguir”. Hermoso mensaje a unos ado­lescentes inmersos en la vorágine de un mundo revuelto y deshumanizado, donde los sueños se convierten, a veces, en pesadillas. Pero hay que luchar por ellos. Soñar acorta distancias; Marte no queda tan lejos. Cuando Carlos era pequeño y jugaba descalzo en las playas de Torre del Mar, ya quería ser astronauta. Su esfuerzo, y el apoyo incondicional de sus padres, que le facilitaron el camino hacia el sueño, lo hicieron posible. Hoy, a sus cuarenta y dos años, espera coronar el sueño, atravesando el espacio en una de esas naves que él tan brillantemente ayuda a construir. El niño risueño que jugaba con su hermano y sus primos al   sol del verano, buscando saltamontes para dos ruiseñores que su padre intentaba sacar adelante, es hoy un hombre feliz del que su familia se siente muy orgullosa.
Con los ojos llenos de estampas del espacio, planetas rojos y naves que recorren distancias increíbles buscando respuestas y otros mundos donde cobijarse “cuando ya no se pueda vivir en la Tierra”, vuelvo a la última página de Sur. Después de volar con las alas de un soñador por inverosímiles universos, Alcántara me pone, de nuevo, los pies en el suelo: “Los pobres no tienen tiempo de hacer estadísticas sobre la pobreza”. Como siempre, este “anciano convicto”, tan lúcido, vuelve a poner el dedo en la llaga. En la primera página, un joven aspirante a astronauta me invita con su entusiasmo a volar hacia mundos desconocidos. En la última, un escritor “des­creído”, menos joven pero nada vie­jo, me lleva, de la mano de su veterana pluma, por un mundo real, tangible, lleno de belleza y de im­perfecciones. 
Un hermoso planeta azul que nos pasea por el universo al son de utopías, cantos de sirenas y realidades que nos descorazonan. Pero es el mundo que tenemos, que deberíamos mimar para que no se nos rompa “de tanto usarlo”.
Cierro el periódico y acabo este artículo junto al mar, mirando al misterioso cielo que nos cobija. Se va el sol, se van los pájaros de la tarde, se aleja el paseante solitario que me saluda al pasar. Me envuelve la brisa fresca y un silencio cada vez más oscuro... 
Como dijo una vez don Manuel: “ya están solos mi corazón y el mar”.