martes, 23 de abril de 2024 00:00h.

La voz amable de mi Smartphone

Smartphone es nuestro inseparable móvil; le oímos su voz femenina, melodiosa y amable.  Ejerce tanta  fuerza de atracción, que ha modificado las pautas y el comportamiento de todos nosotros: somos dependientes de una tecnología que nos sobrepasa. Porque la espectacular sofisticación de la tecnología actual, conlleva una enorme capacidad para controlar nuestras vidas. Me viene a la mente, las palabras del sabio Einstein, que nos dice: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas”.

El filósofo y sociólogo alemán, Herbert Marcuse, nos lo advertía, como también lo han hecho otros pensadores, que la sociedad  industrial avanzada nos crea falsas necesidades, las cuales integrarían al individuo en el existente sistema de producción y consumo. Lo deja escrito en su libro El hombre unidimensional; en él, nos revela  al nuevo ser que surge, “el individuo unidimensional que se caracteriza por su delirio persecutorio,  su paranoia interiorizada por medio de los sistemas de comunicación masivos. Es indiscutible la alienación que padece, porque este hombre unidimensional carece de una dimensión capaz de exigir y de gozar cualquier progreso de su espíritu. Para él, la autonomía y la espontaneidad no tienen sentido en su mundo prefabricado de prejuicios y de opiniones”. La consecuencia es la deshumanización que en este presente siglo XXI se vislumbra, entendiendo como tal la despersonalización de privar al ser humano de aquello que es propio en esencia: las cualidades humanas, ser persona, y su espíritu. 

Actualmente, está muy desarrollada la inteligencia artificial (IA), refiriéndose este término a las máquinas inteligentes que imitan y realizan las funciones ‘cognitivas’ de los seres humanos, por ejemplo: ‘aprender’ y ‘resolver problemas’. El  informático norteamericano Jhon McCarthy, la define “como la ciencia de hacer máquinas inteligentes”. Para validar su IA es suficiente con superar el test de Turing, que consiste en hacerse pasar por humana; si el sujeto es incapaz de deducir por su conversación que su interlocutor es una máquina, entonces ésta es inteligente, ya que logra hacerse pasar por un humano en una comunicación de texto. Un claro ejemplo de la aplicación de la IA es la supercomputadora Deep Blue, de IBM, que le ganó al campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov. 

Desde la publicación del libro de fisión de Isaac Asimov Yo, Robot, supuso una revelación visionaria  del desarrollo de la tecnología. El peligro no está en la tecnología en sí, si no en el uso que se le da, como utilización para ejercer un control sobre nuestras vidas, de utilidad militar… Ejemplo de ello, es la implantación de los microchips, que comenzó como uso de localización para los animales y, actualmente, se están implantando en seres humanos con el pretexto de la seguridad. Ante esta realidad que se nos presenta, los pensadores manifiestan su disconformidad, como el filósofo sueco Nick Bostrom, autor del ensayo Superinteligencia, que nos advierte de que “el hombre es la mayor amenaza para el hombre. Estamos ante el mayor proceso de transformación de la humanidad, el que  nos abrirá las puertas al poshumanismo. Pero las mismas tecnologías que nos posibilitan ese salto, entrañan también grandes riesgos. En cierto modo, somos como bebes jugando con explosivos”.

El dilema está servido: decidirse por  la rehumanización del ser humano, apostando por los valores de ‘ser persona’, o bien dejarse llevar por el progreso tecnológico que nos conduce a la deshumanización. Sobre este tema, el físico Stephen Hawking opina que “el desarrollo completo de la inteligencia artificial podría significar el fin de la especie humana”.