jueves, 28 de marzo de 2024 00:07h.

El ‘quejío’ de un alma rota

Como poeta, he de confesar que mi acercamiento al flamenco surge cuando descubro un lenguaje lleno de sentencias, en el cual el alma se rompe ante un quejío que se hace canto y trasciende a lo sagrado.

Canela de San Ro­que, por el hablar de la gente, es un libro escrito en equipo por personalidades entendidas y amantes del flamenco (José Vargas Quirós, Carlos Martín Ballester, Antonio Burgos García y Luis Soler Guevara), que han compartido la vida flamenca y la amistad del cantaor Alejandro Segovia Camacho (1947-2015), conocido artísticamente como Canela de San Roque. 
     El cante de Canela de San Roque “toíto es quejío”. Desde pequeño, toma los consejos de Perico Montoya: “¡Niño no cantes: tienes que sentir lo que estás cantando”. Él lo lleva a la práctica, se le quiebra la voz de dolor en la seguiriya y en la soleá; las cuales interpreta con majestuosidad y por todos los estilos. Lo de sentir el cante lo tenía bien asumido, cuando él mismo le explicaba a Ramón El Taxista que “a ti te tienen que doler las cosas y ponerte malo cantando, para hacerle llegar a la gente ese dolor que sientes”. Y, más adelante, insiste en el tema, refiriéndose a la seguiriya y a la soleá: “Si te quejas, la soleá te hiere, la seguiriya te mata”. Porque lo suyo era ponerse en trance. Nos lo hace saber, cuando confiesa: “El cantaor no se arranca a veces, hasta que él no se encuentra en trance, (…) hasta que no siente en su interior la pujanza inevitable de expresarse”. Basta con escuchar sus cantes: sentimos todo el peso histórico del flamenco y la sabiduría de mestizaje que poseía. Él era consciente de ello, porque siempre se transfiguraba al cantar: su alma se desgarraba y el corazón le salía por la boca a pedazos. Lo confirma con sus propias palabras: “Si yo no trasmitiera, no cantaría”. Frase que expresa en una entrevista al periodista Juan José Téllez, y que aparece en el diario Europa Sur el 30 de octubre de 1994. 
     Las fuentes de las que bebió Canela de San Roque nos las relata en otra entrevista, en la que nos habla de los artistas de su pueblo natal: Perico el de Ramón, los Jarritos, Dieguillo Molina, de la genialidad de Perico Mon­to­ya. A este último lo con­sideró su maestro, porque fue con quien aprendió a cantar pau­sadamente la s­o­leá. Todos buenos cantaores. En San Roque había una tradición de cantar soleá, seguiriya y saetas. En el Campo de Gibraltar destacaban los fandangos de Chato Méndez, de Joaquín El Limpia y Antonio de la Calzá. También estaba la influencia de su padre, Alejandro El Canelo, que le hablaba de La Pastora, de Tomás Pavón y Manuel Torres. Pero al llegar a Antonio Mairena, le decía que era el más largo de todos los tiempos. Él lo aceptó como propio y fue creciendo con estos modos expresivos. 
     Cuanto más avanzamos en la lectura del libro, más descubrimos la hondura flamenca del alma del cantaor y su buen hacer. Personalidades y entendidos en la materia nos dan sus opiniones sobre Canela de San Roque, como son: Rafael Ruiz García, Pablo García Mancha, Miguel Ángel Fernández… Todos coinciden en ese quejío de hondo dolor y muy cabal. Que es un cantaor jondo y enciclopédico en su saber sobre la historia de los cantes. Que posee una garganta prodigiosa y una voz muy flamenca. Que ejecuta el cante con sabiduría, bien medido y pausado, sin gritos ni aspavientos, para llegar con los melismas a cotas de inmensa perfección.
     El flamenco es una manifestación sociocultural que ahonda sus raíces en las entrañas del ser humano. Porque su lenguaje lleno de sentencias se hace cante, para manifestar ese quejío que trasciende a lo sagrado. Por lo tanto, tiene íntima relación con la poesía y el hecho poético, porque baja al interior del ser.  
     Canela de San Roque se suma a esa estirpe de cantaores antiguos que, como dicen los entendidos, deja como herencia hondura y pureza al flamenco.