sábado, 20 de abril de 2024 00:26h.

La orfandad del ser humano

Los acontecimientos de una guerra siempre nos desbordan, porque desmoronan la convivencia humana, haciendo tambalear nuestras conciencias.

     En este estado de crisis el ser humano pierde toda su identidad. Porque en toda contienda se dan vencedores y vencidos, pero ambos son perdedores de su destino y de su historia. En el li­bro 'El exilio como patria' (edición, in­tro­ducción y notas del Doctor en filosofía Juan Fernando Ortega Muñoz), nues­tra pensadora María Zambrano nos dice: “Nosotros éramos […] habitantes de aquella España sumergida; de ella fuimos despeñados, lanzados en to­do caso. Y hoy somos supervivientes. […] “La otra nueva España”, como los ven­cedores la llamaron, es otra cosa, co­mo una nueva criatura”. Como se­ñala Juan Fernando Ortega, la España de la que María Zambrano sale exiliada se hundió como una Atlántida en el mar de la historia. Los exiliados quedaron como náufragos de un mundo desaparecido, reliquias, testigos de una España definitivamente hundida en el pasado. 
     Podemos afirmar que “La otra nueva España”, a la que se ha referido María Zambrano, perdió también el rumbo de su historia y cambió su destino. Ello, lo sabemos gracias al ‘Tiempo’, que es y será siempre el verdadero sabio.
     Los acontecimientos sean buenos o malos, aunque se den en un rincón escondido de nuestro planeta, nos afectan directamente a todos. Y si la causa es la guerra, las incidencias son de extrema gravedad: una de ellas, es el aniquilamiento de la fraternidad, porque todo en­fren­ta­mien­to hu­mano es cainita. 
     La realidad de los hechos, como digo, nos desborda. Me quiero referir a la actual crisis de refugiados y migrantes en la Unión Eu­ropea (UE), que es una crisis sin precedentes desde la Se­gun­da Guerra Mundial: más de 1,3 millones de personas han cruzado el mar Mediterráneo desde principios de 2015. Además, es una crisis con rostro de niño. Porque ellos son los más vulnerables y, a ellos, la guerra les está afectando de una manera más dramática: más de 1.500 niños han muerto ahogados en el mar Mediterráneo y unos 10.000 niños no acompañados se encuentran en paradero desconocido dentro de nuestras fronteras. 
     Como analiza María Zambrano en el libro anteriormente mencionado, a lo que ella les llama los existenciarios de la condición humana: “El exilio produce un acabamiento del ‘yo’ al perder su patria, entendida ésta como “la Historia hecha entraña”, nuestra propia entraña. El exiliado es arrojado, abandonado, desterrado, queda en el desamparo. El exiliado siente cómo la esperanza se ha acallado, no hay horizonte ninguno, aparece la angustia de la soledad. Llega a ser un desconocido, sin nombre propio y, en esa agonía, es un desconocido para sí mismo. Acaba siendo un ser devorado, devorado por la historia y también por el tiempo”. He aquí, la pregunta: ¿Para qué están y sirven las leyes? Un humanista respondería, sin dudar, para servir a la Jus­ticia. Pero, agregaría, para ello es im­prescindible que las leyes sean justas; así se podrán denunciar las injusticias. Porque detrás de los números hay ni­ños con derechos recogidos en la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN). Éste es el tratado internacional que compromete a todos los países involucrados en la crisis migratoria, para proteger a los niños que soliciten el estatuto de refugiados.
     Desde UNICEF, denuncian estar preocupados por el acuerdo entre la UE y Turquía que ha entrado en vigor. Porque parece olvidar a miles de niños refugiados y de migrantes atrapados en Grecia. Están empujando a niños y familias a elegir otras rutas, incluso más peligrosas que las del Egeo, como la del Medi­te­rrá­neo Central (desde el Norte de África hacia Italia), cayendo en las manos de traficantes y contrabandistas 
     Hay que destacar que la inmensa mayoría de estos migrantes hu­yen de la guerra, de la violencia y de la destrucción de sus vi­viendas. Por ello, la Convención de Ginebra de 1951 reconoce “el carácter social y humanitario del problema de los refugiados”. Por lo tanto no es una crisis de números, sino una crisis de “solidaridad”, critica el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon.  Cuánta razón tenía el profesor Javier de Lucas, cuando decía que el Mediterráneo era el “naufragio de Europa”. Hablamos de “la vieja Europa”, la abanderada de los derechos humanos, la que ha sufrido en sus entrañas las guerras. Ahora, la cuestión está en que Europa encuentre una solución al conflicto. Porque, de lo contrario, afirmarán que no ha aprendido la lección.  Ella es la que naufraga.
     Como decía el poeta: Me duele la orfandad del ser, / del ser humano que muere. / La muerte va dejando huérfanos:/hijos e hijas abandonados en la soledad.
     Hay que tener presente la cita de John Fitzgerald Kennedy que nos recuerda: “El hombre tiene que establecer un final para la guerra. Si no, ésta establecerá un fin para la humanidad”.