martes, 16 de abril de 2024 00:00h.

Lo que se calló el oráculo

En la mitología griega, la esfinge era un monstruo de destrucción con rostro humano, patas de león, cuerpo de perro, cola de dragón, alas de pájaro, la boca llena de veneno, los ojos como brasas encendidas y las alas siempre manchadas de sangre.

Edipo resolvió la pregunta que le hizo la esfinge, cuando respondió que era el hombre. Pero no se percató de que lo que tenía ante él, era la imagen reflejada de la violencia que vive en el interior del ser humano, y forma parte del inconsciente colectivo de la humanidad.

La crueldad sin límites, a la que a veces pueden llegar los hombres, llevó a la cultura occidental a preguntarse si el ser humano es bueno o malo por naturaleza.

El sociólogo noruego Johan Galtung, experto en resolución de conflictos para el logro de la paz, distingue tres tipos de violencia: estructural, cultural y directa. La violencia estructural causa la represión, la explotación, la marginación… La cultural de modelos ideológicos y religiosos produce el sexismo, el racismo… Ambas violencias son las raíces de la violencia directa, la cual provoca asesinatos y guerras.

El endiosamiento, en el cual cae el fanático, es una de las causas humanas y sociales que provoca la violencia. María Zambrano, en su libro Persona y democracia, nos habla de que el endiosamiento se da “cuando queremos hacernos a imagen y semejanza de una vida más que humana. (… ) Una vida como se ha creído que era la de los dioses: sin responsabilidad, ilimitada en poder y albedrío, sin necesidad de justificación”. Prosigue argumentando que el endiosamiento se desarrolla en regímenes totalitarios y absolutistas. 

El fanatismo actúa con un apasionamiento ciego, una adhesión incondicional a una causa. La mencionada ceguera que produce el apasionamiento lleva a que el fanático se comporte de manera violenta y irracional. El fanático está convencido de que su idea es la mejor y la única válida, por lo que menosprecia las opiniones de los demás. 
El psicólogo alemán Erick Fromm nos habla de la personalidad del fanático: “Suele ser un individuo que huye de la soledad, con baja autoestima, inseguro, de frágiles lazos afectivos con los demás”. Que busca lo que le falta, creyendo ciegamente en algo o en alguien. Pierde toda su identidad como persona dentro del colectivo. Tiene anulada la capacidad de cuestionar órdenes injustas y de poseer criterio propio. 
Como alternativa para contrarrestar la violencia, se propone la paz positiva o la resolución de conflictos. Pero se dan  cambios sociales, cuando se educa para la paz. 

La educación para la paz lleva implícitos valores como: la justicia, la democracia, la solidaridad, la tolerancia, la convivencia, el respeto, la cooperación, la autonomía, la racionalidad y el amor a la verdad. Siendo los componentes, a tener en cuenta, la comprensión internacional, los derechos humanos, el mundo multicultural, el desarme y el desarrollo. 

Me quedo con las palabras del científico alemán, Albert Einstein: “Cuando me preguntaron sobre algún arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica, yo sugerí la mejor de todas: la paz”.