viernes, 29 de marzo de 2024 00:01h.

Yo estuve allí

La música es para mí esa dosis diaria de felicidad, la banda sonora del día a día, de los momentos vividos, de la vida. En fin, uno de los motores de mi existencia.

Con­sidero que el arte de saber expresar y transmitir sentimientos, sensaciones y estados de ánimo a otros mediante canciones y todo tipo de sonidos, melodías y ritmos es algo que me parece sorprendente y fantástico. La música se ha convertido, así, en la puerta de mi propio mundo y va unida a todos los recuerdos de mi vida, formando parte consustancial de mi memoria.

De hecho, la música es considerada por millones de personas,  a lo largo y ancho del mundo, un alimento para el alma. Nos puede hacer disfrutar en cualquier momento y generar nuevas sensaciones, a la vez que resulta un instrumento para llegar a lo más profundo de nuestros sentimientos. Tanto es así, que es un lenguaje capaz de llegar a los oídos de cualquier ser humano, transmitiéndole paz, serenidad, alegría, emociones y un largo etc.

A lo largo de mi vida, desde muy pequeño, he tenido la suerte de estar imbuido de ese sentimiento gracias a mis padres primero (él con el flamenco más auténtico y genuino y ella con la copla y Antonio Machín) y, sobre todo, a mi hermano mayor, Salvador (DEP), que me transmitió su amor por los grupos españoles ‘modernos’ de la época (Los Mustang, Pekenikes, los Sirex, los Brincos…), el pop-rock británico (Beatles, Rolling Stones…) y la música ‘negra’ norteamericana (Rhythm and blues, jazz y, sobre todo, la música soul, que en inglés significa, precisamente, alma).

Luego, con el paso de los años, me fui enriqueciendo de otros sonidos y propuestas musicales que ampliaron mi espectro de emociones y me han ido conformando como persona. Por poner solo algunos ejemplos, escuchar a Bob Dylan y su Blowin’ in the wind (Soplando en el viento), a Víctor Jara y su Te recuerdo Amanda, a Otis Redding con su Sitting on the dock of the bay (Sentado en el muelle de la bahía), a Led Zeppelin y su Stairway to Heaven (Escalera al Cielo), a Pink Floyd con su Wish you were here (Ojalá estuvieses aquí), al grupo español Canarios con su disco Ciclos, una versión de Las cuatro estaciones de Vivaldi adaptada al rock progresivo, etc., etc., hacía que me sintiera bien, que captara el mensaje de sus letras y las emociones que despertaban en mí su música y, en definitiva, que fuera más feliz.

Esa especie de bendición que supone el maná más genuinamente humano que es la música, nos obliga, a su vez, a querer compartirlo con otros, a desear que sean muchas más las personas que disfruten y sientan esa cualidad estrictamente humana y que capten todo su esplendor a través de las emociones que nos despierta, las sensaciones placenteras que provoca, el espíritu solidario y de comunión universal que suscita y esa humanidad que genera en todos aquellos que son conscientes de sus enormes valores. 

Eso lo pudimos comprobar los afortunados que asistimos hace unos días  a una iniciativa única e inédita en nuestro municipio: el primer multiconcierto de rock benéfico a favor de la Cruz Roja, celebrado en el parque María Zambrano, que se reveló como un lugar magnífico para eventos de este tipo y que, desgraciadamente, está infrautilizado. Axarquía Rocking se denomina el evento que congregó a cientos de personas de todas las edades y que contó con la participación de la coral Stella Maris, dirigida por Carlos Hidalgo; la banda municipal de música de Vélez-Málaga, con la aportación de músicos de otras localidades magistralmente dirigidos por la batuta de su talentoso y excepcional músico José Antonio Lagos, y un grupo base de rock coordinado por mi querido amigo y gran músico Ángel Ariza. 

Además, un nutrido grupo de guitarristas y bajistas, procedentes de diversos lugares de la provincia, a pie del gran escenario patrocinado por nuestro ayuntamiento, con un despliegue técnico de primer nivel, redondearon una velada que yo calificaría de mágica. A los sones de grandes canciones como Bienvenidos, de Miguel Ríos; Bohemian Rhapsody, de Queen; Maneras de vivir, de Leño, o Higway to Hell, de AC/DC, el público asistente vibró, disfrutó y sintió todo aquello que hemos referido a lo largo de este artículo.

Toda una aventura gratificante y solidaria que debe volver a repetirse en ese marco incomparable y que, gracias a Antonio Santana, organizador infatigable del evento, pudimos disfrutar los que, como yo, podemos decir: “Yo estuve allí”.