sábado, 20 de abril de 2024 00:25h.

El hueso

Artículo de Jesús Aranda

Vivimos en un mundo en el que imperan el populismo, las noticias falsas, los bulos interesados y cierta intoxicación informativa y ya no sa­be uno a qué atenerse. Man­te­ner­se bien informado, con una visión crítica de la realidad, cuesta trabajo, tiempo y dedicación por parte de quienes no nos dejamos arrastrar por cantos de sirena que pretenden lle­varnos a la confrontación, las trin­cheras y el desprecio de valores que conforman nuestra esencia co­mo ciudadanos. Ello explica, en parte, la cantidad enorme de personas que no tienen conformadas opiniones fundamentadas sobre asuntos importantes que nos afectan a todos.

La generación de nuestros mayores hizo el esfuerzo de aparcar los odios del pasado para sacar adelante la democracia. Dice un viejo refrán que “perro que no anda, con hueso no tropieza”. Y yo me pregunto: si en la dictadura se luchó por un sistema de derechos y libertades, de participación democrática, ¿por qué en la democracia no lo hacemos para mejorarla? Y eso no es cosa solo de políticos, periodistas o especialistas. Cada uno, desde el lugar que ocupa, debe practicar, y al mismo tiempo exigir, comportamientos democráticos y de respeto hacia los demás, porque si en nuestro quehacer cotidiano como ciudadanos no se respira, se vive, se palpan actitudes y valores democráticos, no podemos pretender que los políticos lo hagan y justificaremos así su inacción al respecto. Por ello, salgamos a buscar todos ese “hueso”, si es que queremos, de verdad, encontrarlo.

Si no hacemos todo lo posible en crear ciudadanía en nuestro ámbito de actuación y de exigir controles que sirvan de contrapeso a la inercia de muchos de nuestros gobernantes, ya sean locales, autonómicos o estatales (a los que les da igual la realidad y solo atienden al instinto de poder y a los efectos de su relato), estamos ante algo muy peligroso para nuestra democracia. Las mentiras se han colado en los debates del Congreso de los Diputados y otras instancias políticas, en las que se ha visto falta de escrúpulos, palabras gruesas, ataques personales y comparaciones excesivas que equiparan al adversario político con un enemigo a batir con toda clase de acusaciones, por muy infundadas que sean. Esta dinámica desplaza en muchas ocasiones los debates de fondo y añade ruido en la conversación pública, pervirtiendo el sentido del intercambio político de ideas.

Por favor, que la POLÍTICA (con ma­yúsculas) no nos aburra. Eso es lo que pretende el sistema. Que­ra­mos o no, todo en la sociedad se re­la­ciona con lo político, si por ese concepto se entiende las relaciones en y entre los grupos o colectivos sociales. Por ello, es fundamental que nos impliquemos, ya que en este país estamos obligados a poner en marcha un amplio conjunto de reformas estructurales que, de hecho, deberían haberse adoptado años, décadas y que sin nuestra presión y exigencia seguirán trancadas, dejadas de lado, guardadas en el cajón o escritorio de alguien sin avanzar, durmiendo, en definitiva, el sueño de los justos.

Más allá de la única participación política que se espera de nosotros, acudir a las urnas cuando se convocan elecciones, los ciudadanos debemos estar activos para mejorar nuestra calidad democrática, que sigue mostrando debilidades y desafíos en algunos de sus componentes (como la mejorable fiscalización de la actividad de nuestros políticos, la baja implicación de la sociedad civil en las decisiones políticas, falta de transparencia informativa,  disfunciones y duplicidades en el funcionamiento del sistema autonómico, etc.).

El público no puede asistir a muchos plenos de los ayuntamientos, la canalización de nuestras propuestas, sugerencias y críticas es inexistente o muy deficiente, los encuentros (reales o virtuales) de los políticos con los ciudadanos se reservan casi exclusivamente a las campañas electorales, los presupuestos participativos son una quimera, la asunción de responsabilidades y rendición de cuentas por parte de los políticos brilla por su ausencia y, para colmo, la clase política española no es capaz de articular respuestas creíbles a la crisis, por­que todas esas respuestas re­quie­ren reformas profundas que afectan a su interés particular y el sis­tema está diseñado para conseguir la estabilidad a toda costa y el que se mueva, como decía el exvicepre­sidente socialista Alfonso Guerra, no sale en la foto, refiriéndose a que uno tenía que cuadrarse con el jefe, quedarse calladito, servir a los de arriba para recibir algo de “hueso”.

Desde ese punto de vista, el sistema es muy eficaz, aunque el precio que hemos y estamos pagando en términos de corrupción, ineficiencia y desmoralización de la sociedad es muy alto. Así que, volviendo al citado refrán, si queremos tropezar con el hueso de la democracia real, el respeto a los derechos humanos, la justicia e igualdad ante la ley y que se oiga y tenga en cuenta nuestra voz sobre cómo queremos organizarnos y vivir, salgamos a buscarlo.