miércoles, 17 de abril de 2024 00:00h.

Mentalidad de servicio

Existen distintas maneras de entender la vida. Todos somos conscientes de ello. Y esas maneras tienen mucho que ver con las diferentes men­ta­li­da­des que afloran y se ex­tienden en nuestra sociedad. Hay humanos que pasan la vida buscando el provecho propio, la ventaja que le ofrece el acontecer..., olvidando si las dichas ventajas perjudican a los demás… Y hay otros hu­manos, por el contrario, que cruzan por la vida intentando ser útiles, olvidándose de egoís­mos, rapiñas y co­rrup­te­las, y ayudando a los próximos y defendiendo al grupo, a la tribu, eligiendo lo mejor para la mayoría, aun a costa de renunciar a ventajas propias previsibles, o posibles. 

También existen quienes, al margen de las preocupaciones transcendentes, pasan por la vi­da ‘tirando palante’ sin pen­sar mucho en lo que hacen y porqué lo hacen... Y es que “de todo hay en la viña del señor”. Egoístas, altruistas, pancis­tas... Cada uno tiene una visión completa del acontecer, una concepción del mundo que le da sentido a sus comportamientos.
     Resulta que, de alguna manera, las mentalidades proliferan, se extienden y, unas veces por imitación y otras por influencia natural, la verdad es que no siempre somos lo que espontáneamente nos sale ser, sino que nos comportamos como nos han dicho que debemos hacer, según lo que ‘se espera’ de nosotros, al modo ‘políticamente correcto’ y sin arriesgar mucho a la búsqueda de lo que es mejor entre lo posible. Y así tenemos una sociedad que camina hacia su propia perdición. Decía Demócrates que “todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de burla”. Solamente podremos mejorar el mundo que nos ha tocado vivir si nuestra mentalidad nos mueve a la ayuda mutua, al colaboracionismo, a la tolerancia, al esfuerzo compartido y alentador, al caminar con los demás en la dirección del proyecto compartido.
     Estamos viviendo una época en la que la clase política ha dilapidado el prestigio de la labor hecha con mentalidad de servicio por muchos de ellos, porque, en casos abundantísimos, ahora, estos responsables políticos han optado por una mentalidad de privilegio. Y así, la inmensa mayoría de los cargos electos, a cualquier nivel, no quieren dejar el statu quo alcanzado y, flacos de memoria, pronto olvidan los compromisos adquiridos durante las campañas electorales, dedicándose, no a la tarea de eficacia sino a la aproximación al beneficio propio o de los suyos.
Churchil decía que la di­fe­ren­cia entre un ‘político’ y un ‘hom­bre de Estado’ radicaba en que mientras que el ‘hom­bre de Estado’ miraba per­ma­nentemente a las pró­xi- mas generaciones, los ‘po­lí­ti­cos’ solo miraban a las si­guientes elecciones, cen­- trando su labor en obtener apoyos y votos de nuevo para perpetuarse en el poder.
Durante la crisis de 1929, la llamada Gran Depresión, la secuencia seguida fue la siguiente: deterioro brutal de la economía, un crecimiento del paro aterrador, des­con­ten­to generalizado, cre­ci­mien­to de los populismos y autori­ta­ris­mos, cierre de filas de las economías más po­de­ro­sas, deterioro de la soli­da­ridad entre naciones… y ¡la guerra!, la más grande de cuantas habían conocido los tiempos: la Segunda Guerra Mundial.  
     Las guerras comienzan en las mentes de los hombres. En to­dos los casos. Y las actitudes personales derivan a mo­vi­mientos colectivos, que, en ocasiones, producen desgracias descomunales.
     Aun a costa de que me tachen de utópico y ñoño, me permito recomendar a quienes lean este artículo, especialmente a quienes detentan poder, que, por el bien de todos, aparquemos los egoísmos personales y las opciones interesadas por las pequeñas ventajas alcanzables. Solo así cabe esperar una opción manifiesta por la mentalidad de servicio.
     Si somos capaces los humanos de, colectivamente, abandonar las mentalidades de privilegio que nos ofrecen los cargos, los puestos electos, los oportunismos, desde el más pequeño al más grande, sustituyendo el devenir por una mentalidad de servicio, razonada, razonable y solidaria, cabe esperar que se rompa la secuencia que vivió la humanidad tras la Gran Depresión; si no, estamos condenados a repetir el desastre. 
     Al tiempo.