viernes, 29 de marzo de 2024 00:06h.

Los mejores

Artículo de Francisco Montoro

La transición de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea está marcada políticamente por la aparición del Liberalismo. Estamos hablando del primer tercio del siglo XIX. La nueva forma política va a revolucionar la historia de un modo que, hasta aquel momento, era impensable. División de poderes (Legislativo, Ejecutivo y Judicial), igualdad ante la Ley, y, por tanto, abolición del sistema estamental; el poder reside en el pueblo y no en el monarca; todos los ciudadanos pueden y deben servir a la cosa pública en pie de igualdad, teniendo idéntico derecho a ocupar cargos...  En el aspecto económico, se impone la ley de la oferta y la demanda... “Política, sociedad y economía” -nos dirá el profesor Comellas- “son tres aspectos de una misma revolución mundial. Una clase social, la burguesía, adueñándose  de los resortes de una nueva estructura económica, el capitalismo, implanta un nuevo sistema político, el liberalismo, en consonancia con su mentalidad y con sus intereses”.

Tanto cambio ideológico hace que el nuevo tiempo sea radicalmente distinto del anterior, y se le llame ‘nuevo régimen’ o Edad Contemporánea.

Pero el sistema, a la hora de elegir a los actores políticos, antes de que se impusiera el sufragio universal, se plantea si todos los ciudadanos pueden ser electores y elegidos. ¿Deben gobernar igualmente el torpe que el inteligente, el sabio que el analfabeto, el santo que el perverso, el sano que el enfermo, etc., etc.? Y así, la sociedad se afanó en buscar, en localizar, en determinar, quiénes eran “los mejores”. En ello le iba la supervivencia al sistema, el éxito al empeño, la posibilidad de crecer hacia un mundo “mejor”, más “justo” y más “viable”...

La búsqueda de los mejores condujo a focalizar la atención en los más inteligentes, los más sabios, los más santos, los más buenos, los más cultos… Y, curiosamente, la observación llevó a la conclusión de que solo los que tenían medios económicos podían acceder a la cultura, y desarrollar su inteligencia, sus capacidades humanas... De tal modo que la conclusión a la que llegan muchos países fue que los mejores eran... ¡Los más ricos! Lo que condujo al sistema a lo que se conoce como ‘sufragio censitario’. 

El sufragio censitario, sufragio restringido o voto censitario, fue un sistema electoral, vigente en muchos países, basado en la dotación del derecho a voto solo a la parte de la población que contara con las características que le permitiera estar inscrita en un censo electoral. El censo electoral, dependiendo de cada legislación, incluía restricciones que, descontando desde ya “el sexo” (la limitación del sufragio femenino), abarcaba otros campos, tales como “restricciones económicas” (requisito de poseer propiedades inmuebles o un determinado nivel de rentas), relacionadas con el “nivel de instrucción” (requisito de saber leer y escribir), y “sociales” (pertenencia a un determinado grupo social).

Y así, para poder votar había que ser rico, y para ser elegido, mucho más rico aún. De ahí hasta el sufragio universal la Historia tuvo que andar mucho camino.
Así, los diputados liberales elegidos por sufragio censitario no hicieron una constitución para todos, sino su constitución, y no legislaron las libertades, sino ‘sus libertades’...

La clave estuvo en cómo se hizo la búsqueda, el encuentro y el encauce de ‘los mejores’.

Hoy ‘los mejores’ son aquellos ciudadanos que se guían por la mentalidad de servicio. Aquellos que se sienten impelidos a ser útiles, los que están dispuestos a olvidarse de sí mismos para servir a los demás; aquellos que aspiran a, ‘temporalmente’, dedicarse a la cosa pública con altura de miras y sin intereses bastardos. Aquellos capaces de mantener un criterio igual, antes, durante y después del proceso electoral. Y sin el peligro de caer en la tentación de eternizarse en el cargo, aferrándose a los sillones. Aquellos que sostienen una verdadera mentalidad de servicio, que no de privilegio.

¿Difícil?, ¿posible?, ¿realista?, ¿utópico?... 

En unos meses se nos va a llenar el entorno de propuestas de candidatos a la cosa pública. Las elecciones municipales nos afectan a los ciudadanos al mil por mil. Acertar en nuestro voto es un reto con muchas dificultades, que no puede ser tomado a la ligera. Ojalá, las listas electorales que se nos acercan, estén repletas de los mejores. 

Solo así cabrá esperar una sociedad con esperanza.