jueves, 28 de marzo de 2024 00:05h.

Presentación de ‘Confesiones de un músico enamorado’, de Jesús Aranda

Artículo de Francisco Gálvez

El gran director rumano Sergiu Ce­li­bi­da­che, decía que “la belleza de la música no es más que un cebo. La música lo que es, es la verdad”.
Y es la verdad lo que uno encuentra en el libro de Jesús Aranda: la verdad de la música, la verdad de lo que fuimos entonces y de lo que somos ahora, la verdad de su influencia en nuestra personalidad y el largo camino que hemos recorrido con ella como compañera de viaje.

Y es verdad, como dice Celibidache, que, más allá de la belleza intrínseca que podamos encontrar en la música o en el determinado tipo de música que nos guste, se encuentra esa verdad que Jesús ha sabido transmitir a corazón abierto, porque cuando alguien comienza un libro diciendo que nació el mismo año en el que se conocieron Lennon y McCartney, ya podemos intuir que nos va a conducir por un sendero rico en emociones, guiños y empatía hacia la majestuosidad de la música en su máxima expresión.   

Cuando se reflexiona sobre la verdad de la música, sobre su influencia intelectual, siempre me viene a la mente el estreno de la Quinta Sinfonía de Shostakovich. 

Shostakovich vivió bajo el régimen de Stalin, que dictaba hasta cómo debían ser las composiciones musicales para enaltecer los ánimos de la población. Siempre tuvo miedo a que cualquier noche vinieran a por él -como fueron a por otros- y lo mandaran al Gulag, pero, aun así, logró decir la verdad. 

En el estreno de la Quinta Sinfonía, el público salió llorando. Habían asistido, quizá por primera vez, al lenguaje descarnado de la música. Shostakovich había logrado denunciar con una partitura aquel monstruoso régimen.

La Séptima Sinfonía la compuso durante el cerco de Leningrado, exhibiendo ante los atónitos oyentes la locura de la guerra. 

Eso lo convirtió en yurodivi, el loco que dice la verdad, el profeta visionario del que todos se apartan, al que entierran en vida. A él, pero imposible hacerlo con su música. 

Ese es el poder y la verdad implacable de la música, cuando se introduce en los corazones y explosiona en multitud de colores en el cerebro.

Para mí, esa atmósfera -perfectamente retratada en el libro- comienza en los años 80, por mi edad y las circunstancias políticas que rodearon esta década, con música sobre todo española, porque esa música la compusimos y la interpretamos todos, ya que, más allá del contenido de las letras, los que estábamos en aquellos conciertos o poníamos la radio o escuchábamos aquellos singles, lo que estábamos haciendo, en realidad, era sumergirnos de lleno en la corriente de libertad que España respiraba a marchas forzadas. 

Jesús sabe de lo que habla: lleva muchos años dedicado a organizar festivales, conciertos didácticos, ha escrito artículos y realizado programas de radio..., y nadie mejor que él podía relatar esa ruptura del mundo antiguo con el mundo nuevo que llegaba a empellones, la fuerza del rock terminó por derribar los tabúes del pasado al ritmo de guitarras estridentes y grupos de estrafalarios chavales que cantaban cosas como…

Yo vi a la gente joven andar
corta el aire de seguridad
en un momento comprendí
que el futuro ya está aquí.

Pero, para ser justos -como Jesús Aranda lo es en su libro- con los que cantaron -antes que Radio Futura- a la esperanza de un futuro, cuando menos, diferente, pienso que fue por la música por donde se fue colando un pensamiento rupturista y libre en la dictadura y en las mentes aún cerradas de la época. En los 60, los chicos se iban dejando el pelo más largo y las chicas la falda más corta, se adaptaban canciones y se incitaba, por un momento, mientras se estaba en el concierto o en las salas con otros jóvenes, a soñar con que otra forma de vida era posible, que ahí fuera había un mundo en ebullición que aquellos jóvenes querían catar y ser protagonistas.

El libro nos lleva con una prosa magnífica por la canción protesta, por los nuevos ritmos importados, por la fascinación de una sociedad que se asomaba discretamente al exterior, más allá del topless de las suecas en las playas. Jesús le imprime al texto la dosis correcta de nostalgia y reverencia a la música y a los músicos que le fueron acompañando en su travesía vital. Como él mismo canta:

Vivir es sentir, es sumergirse,
En nuevos mares y lagos.
Vivir es tener un brillo en los ojos
Y la sonrisa en los labios.

Y es que, hoy en día, nos estamos acostumbrando demasiado a que la música, como la literatura u otras artes, sean producto de un consumo rápido, que satisfaga momentáneamente nuestras ansias de evasión y nos permita huir de una realidad tantas veces opresora; en nuestra actual cultura del ocio, a lo que hay que sumar la dictadura de lo políticamente correcto, se apuesta poco por alternativas musicales en un panorama tendente a la uniformidad. 

Como él mismo dice, se trata de vender mucho y pronto, y lamenta que los medios públicos, que siempre hicieron una labor divulgativa de la música, también hayan sucumbido a lo más comercial. Por eso era tan necesario este libro, porque no sólo recuerda mejores tiempos, sino que señala otras luces a las que aferrarse. 

Este libro es la obra de un musicófago, un libro que nunca fue escrito antes porque sólo podía serlo de la mano de un enamorado de la música, de un erudito que siente donde otros, quizá, sólo escuchen, de un artista que encontró entre los acordes la forma de evadirse de una realidad tormentosa, de iniciar un periplo vital a través de la música que le sirvió de modelo expresivo de lo que bullía, y bulle, en su interior.

Confesiones de un músico enamorado no sólo es recomendable por el recorrido musical que hace, sino por cómo está escrito, por la calidad del personal de a bordo que enriquece el texto con ilustraciones y fotografías, y también porque, de una manera u otra, Jesús nos ha puesto ante nosotros un bellísimo mosaico con el que confeccionar la banda sonora de nuestra propia vida, bien a través de lo que hicieron otros o bien sumergiéndonos en sus propios ritmos y composiciones que ha recogido en el disco.

Palabra de Jesús Aranda: “La música tiene el color del placer, del gozo, pero también de la tristeza, de la añoranza, de la pérdida o la derrota”. 

De la verdad de la música.

De la verdad de Jesús Aranda.