miércoles, 24 de abril de 2024 03:36h.

Por vuestro bien

Columna de Francisco Gálvez

Melinda llegó en su helicóptero cargada de ropa. Se casaba la nena y no era plan de repetir vestidos. Ya saben: el cóctel, el enlace, la comida, la copa de después... Un sinvivir esto. Suerte de contar con un séquito tan profesional. 

Todo era poco para que Jennifer se enorgulleciera de su madre, ya que entre la lista de ilustres invitados se encontraba su amiga Georgina Bloomberg, hija del multimillonario exalcalde de Nueva York, con la que compartía su gusto por la hípica y estaban muy concienciadas del peligro que corre el planeta en manos de los pobres, que ni usan el carril bici. De hecho, para evitar precisamente un colapso de chusma husmeando frente a su mansión, la policía local y estatal cortó la calle y formó un cordón al servicio de los señoritos, que solo se abrió cuando apareció el camión de la pastelería francesa Ladurée con el pastel de bodas de ocho pisos, que los selectos invitados degustarían tras el menú de pasta y langosta que preparó el artista Jean-Georges Vongerichten, tres estrellas Michelin.

Para cada ocasión, Melinda estrenaba vestido, incluso para la nota musical de la velada, a cargo de Coldplay. Todo había salido a la perfección, gracias a la prestigiosa wedding planner Marcy Blum, que hizo milagros con un presupuesto de sólo dos millones de dólares para la celebración. 

Como Jennifer era muy sencilla y concienciada, conocería a Nasser, el feliz novio, en alguna performance de Greta para salvar al mundo, aunque lo más probable es que los uniese su amor por los caballos de pura raza, ya que Nasser se educó en Kuwait, de la mano de su millonario padre, que le pagó los caballos y los viajes a las tiendas de París.

Jennifer tenía la nariz arrugadita de enojo porque papá estaba continuamente de aquí para allá salvando al planeta y no había estado al tanto de los preparativos de la boda. Porque Bill se pasaba el día viajando en su jet privado. Tras haberse hecho uno de los hombres más ricos del mundo, quería contribuir a salvarnos de nosotros mismos, que es a lo que se dedican casi todos los ricos mientras se hacen más ricos. Así que Bill se convirtió en la cara visible de una nueva forma de entender la vida, bajo el eslogan ‘No tendrás nada y serás feliz’, frase que, para aclararlo, se refiere a nosotros, no a ellos.

Así que escribió el libro Cómo evitar un desastre climático, en el que nos aconsejaba, por sólo veinte pavos, que dejemos de comer carne y nos pasemos a la carne sintética, a ser posible a sus famosas hamburguesas veganas Beyond Meat que nada más salir lograron una capitalización de mercado de 3.800 millones de dólares, lo que le hizo más rico, de acuerdo, pero por nuestro bien; como por nuestro bien -y el del planeta, claro- se ha convertido en el mayor propietario de tierras agrícolas de EEUU, ya que si le vais a hacer caso, habrá pensado que quién mejor que él para venderte el producto de moda, ya sean filetes veganos o insectos a la plancha. 

Lo demás ya es más fácil: está la empresa cinematográfica con sus mensajes y sus postureos, están los grandes medios de comunicación de masas que pertenecen a fondos de inversión y bancos, y están, sobre todo, políticos de todas las tendencias deseando ser ellos los que lideren en sus países las corrientes de moda americanas.

Uno de lo que se alegra es que Jennifer comiera langosta (marina), no tenga problemas para poner la lavadora por la mañana y disfrutara -al menos ella- de Coldplay. Y me alegro porque se librarán de ser los sufrientes de una nueva sociedad donde los de abajo, como siempre, padecen y padecerán las perversidades de los de arriba, mientras sus concienciados seguidores aquí abajo intentan convencernos de las bondades del nuevo mundo que nos traen los de allá arriba.

Que sean felices y que nos acordemos del apellido Gates -entre otros- cuando la feliz pareja esté comiendo langosta a orillas del lago Leman y nosotros carguemos con la culpa de echarle gasoil al Corsa y de no arrodillarnos lo suficiente cuando ellos lo demanden.