jueves, 28 de marzo de 2024 00:05h.

La que se nos avecina

Columna de Salvador Gutiérrez

¿Quién iba a decir hace cuarenta años que los padres iban a vivir mejor que sus hijos? ¿Quién iba a decir, con los avances de la medicina y el progreso en la higiene y en la salud pública, que habría virus y enfermedades rarísimas pululando por el ancho mundo, dispuestas a llevarnos, en lo que canta un gallo, al otro barrio?

Pues sí, la cosa no es como nos la vendieron. La cosa se ha complicado. Esto de vivir no es tan fácil. Nos contaron que habíamos nacido en la mejor época de la historia de la humanidad. Y seguro que es así, siempre y cuando empecemos a ser conscientes de los sinsabores que la existencia trae en sus bolsillos.

Los más mayores siempre tuvieron claro que vivir no sale gratis, que vivir es un misterio sin metas definidas, que vivir se hace sin grandes propósitos y sin grandes expectativas, que en la vida hay más obligaciones que derechos, que la cosa puede que no salga del todo bien y no pasa nada. Quizá por todas esas cosas, que los más antiguos tenían tan claras, ni la ansiedad ni el miedo estaban en el diccionario de sus enfermedades. Ahora sí, la ansiedad fue la gran enfermedad del siglo XX y lo está siendo del XXI. La ansiedad y la frustración. No tenemos lo que nos merecemos, parece decir a coro esta sociedad a la que le vendieron la felicidad en frascos.

¿Cómo es posible que mis hijos vivan peor de lo que yo he vivido? ¿Cómo es posible, que a estas alturas, una pandemia de gripe pueda sembrar de muerte nuestro tranquilo mundo occidental? Pero, ¿alguien recuerda que en 1918 la gripe española se llevó por delante a más de cincuenta millones de personas? Lo que ocurre es que eran otros tiempos, y a aquellas personas nadie les había vendido ni la seguridad, ni la salud, ni la longevidad, ni la felicidad; nadie les había dicho que habían nacido en la mejor época de la historia y que todo lo que les iba a suceder era lo mejor y lo más bueno. 

Creo que nos han inculcado una idea errónea del progreso, que no necesariamente tiene que estar vinculado a la felicidad personal. Puede que vengan tiempos difíciles en todos los órdenes de la vida y para no morir en el intento deberíamos empezar a quitarnos de la cabeza muchas de las ideas con las que hemos crecido. Ni lo valemos ni somos los mejores, ni tenemos que vivir más tiempo que nadie, ni tenemos que ser felices a la fuerza. Empecemos a relacionarnos de otra forma con la enfermedad, con las desgracias, con la muerte y con el fracaso y, quizá, estemos un poco mejor preparados para la que se nos avecina.