El 2021 ha arrancado de forma tan sorprendente como el que acabamos de dejar atrás, lo que provoca la idea de que hay un cambio de ciclo que está acabando con el mundo tal y como lo conocíamos. Y no hay aparente marcha atrás.

La pobreza se extiende por toda la geografía, las promesas mitineras se las va llevando el viento ante el peso de la realidad, todas las medidas para frenar la pandemia han fracasado, provocando además la ruina económica del país y una fractura social en la que la crispación campa a sus anchas y, lo que es peor, nada parece augurar un cambio de estrategia con respecto a nada, salvo subir los impuestos y encerrar a la población, envuelto todo en debates irreales que buscan distraer a los ciudadanos de la caótica situación que vivimos y que, sólo con el coronavirus, ha costado la vida a 80.000 personas ya. Hasta una nevada ha puesto en jaque la capacidad de reacción de nuestros gobernantes ante las eventualidades.

Nadie quiere que cunda el pesimismo ante el futuro del país a corto/largo plazo, pero los hechos, una vez más, son tozudos: o se deja de gobernar pensando en las elecciones, o el 2021 va a convertirse en una tortura para los españoles.